La relación física entre el filósofo rumano y la joven profesora alemana no tendría lugar, a pesar de los deseos íntimos manifiestos. La cercanía entre Simone Boué, compañera de Cioran, y Friedgard Thoma se iría fortaleciendo, por encima de los resabios epistolares del filósofo.
El 6 de octubre de 1981 Cioran escribe a Friedgard: “Las impresiones más contradictorias que jamás ha sentido un ser vivo. Y, no obstante, todas juntas forman una unidad, una convergencia secreta: el miedo de que se aparte de mí”. Y, luego de confesarle, no sin duda, de haberlo curado del aburrimiento, apunta: “Usted es mi maldición imprescindible”.
Ella, el día 10 le responde: “Sin usted me faltaría el apoyo más importante de mi vida”.
Friedgard, luego de unas vacaciones familiares en las que Cioran y Simone la visitan revela, al relatar la historia en “Por nada del mundo. Un amor de Cioran” (Hermida Editores, Madrid, 2019): “Cioran me había dicho al teléfono la cosa más bella que he oído en mi vida: ´Para mí es usted la realidad más íntima.´” (p.74).
Hubo, en el encuentro anterior a esta conversación, un beso de ambos en las manos. Al enamorarse de ella, el filósofo sintió, paradójicamente, que perdía dos de sus atributos esenciales: el escepticismo y el cinismo. “Cómo me gustaría -escribió en julio de 1981- desaparecer de esta tierra con usted!” (p.58).
Conforme pasaron los años la relación se convirtió en una “trinidad con Sissi”, según la definición de la propia Friedgard.
Esto así, porque la joven profesora encontró en la integración cordial de Simone Boué una forma de apaciguar la furiosa pasión física del filósofo, para acomodarla en una intensa y agradable relación afectiva y familiar.
No obstante, Friedagard, que enfermó de cáncer en 1988, había querido la “ambigüedad erótica de la relación intelectual” (p.37). Aunque Simone le acompañó sentimentalmente toda su vida, Cioran nunca dejó de sentirse un desconsolado solitario. Para Friedgard, Simone era una mujer encantadora e inteligente, dueña de una vasta cultura bibliográfica y de una exquisita sensibilidad para la música y la literatura.
Simone era muy trabajadora y con sus clases producía el sustento de la pareja. Cioran, luego de ejercer como profesor de instituto, antes de emigrar a París, no volvió a tener un trabajo convencional, a no ser su producción aforística y filosófica. Despreció siempre lo que Simmel llamó función simbólica del dinero.
La música y las palabras eran su propio sustento. Le estorbaban las visitas, a pesar de su profunda amistad con escritores como Ionesco, Sontag, Celan, Michaux y Eliade, entre otros.
Su escritura procuraba ser ejemplo de cómo era posible hacer soportable lo insoportable de la vida, y era ese su modo de “ser de ayuda a mis congéneres”, como subrayó a su admiradora en la primera carta de respuesta, en la que le agradecía no considerarlo destructivo en sus aforismos.
Ciorán consideró que la patria de un escritor era su lengua. A partir de 1945, adoptó el francés como lengua de escritura y pensamiento. Detestaba el regreso a su lengua rumana materna. Amaba el alemán y tenía una gran admiración por España y dominio del castellano; toleraba, simplemente, el inglés.
Él le regaló, en la celebración de un cumpleaños de ella en París, una servilleta en la que escribió la frase de Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954), que luego daría título al libro: “Pour rien au monde” (Por nada del mundo).
Esta hermosa relación quedó sellada, como reza una frase del aforismo de Cioran que sedujo el intelecto de Friedgard y la impulsó a escribir aquella primera carta al filósofo, a inicios de 1981, “en la ebriedad de lo definitivo”.