Un abismo oscuro y profundo

Un abismo oscuro y profundo

Un abismo oscuro y profundo

Más de un amigo me ha confesado que abandonó la costumbre de ver programas de noticias. Y que en los diarios solo se detiene en las páginas sociales, la farándula y los deportes.

“Antes –son las aleccionadoras palabras de uno de ellos- era un asiduo de las crónicas y las columnas de opinión. Ya no”.

Al explicarme sus razones (me deprimo mucho, dijo) recordé que, años atrás, se advertía a quien hojeara los diarios portorriqueños “tener mucho cuidado porque las manos y hasta la ropa se entintaban de sangre”.

A su juicio, “el horror en estado puro se generaliza y crece sin cesar. Estaba y está al acecho y presto a entregar sus infames cartas de presentación. Ahora se sienta a nuestro lado, comparte y enseña sus maldades”.

Precisó entonces que “el concepto de convivencia es apenas un recuerdo. Existe una sensación de inseguridad y miedo más abrumadora que en los tiempos más tenebrosos de nuestra historia”.

Procuró explicarse. “No se trata, solo, del horror al crimen irracional, ese que derrama sangre sin justificación aparente. La gente evalúa su futuro y, entonces, el sufrimiento y la desesperanza hacen su horrible acto de presencia”.

¿Acaso lo que nos espera puede ser peor que esta brumosa situación? Cito su respuesta: “Solo la semana pasada, se aprobaron cientos de millones de dólares en nuevos préstamos. Los precios de los combustibles y de cuanto se requiere para el diario vivir siguen en un alza indetenible.

Los tribunales se encuentran desbordados por los crímenes, los desfalcos, los robos, las agresiones, las violaciones, la corrupción”.

En su opinión, “el tráfico de drogas y el lavado de dinero lucen indetenibles. Sueldos y salarios no alcanzan para los pagos más elementales. Y ¡ay de aquellos que no tienen un empleo ni ingresos! Centenares de comunidades realizan protestas cotidianas demandando que se les proporcionen servicios mínimos que hagan tolerable su existencia.

Hay problemas graves con enfermeras y médicos, con los hospitales, con los maestros, con los productores agrícolas, con la administración de fondos en instituciones y ayuntamientos, con la abrumadora presencia haitiana”.

“El país luce empantanado e irresoluto. Absorto en sus tremendos conflictos cada vez peores. La cúpula dirigente ha perdido la confianza del ciudadano. El 91.23 por ciento de los centros médicos del Estado no está apto para brindar servicios de salud (Altagracia Ortiz Gómez, “Hoy”). Los informes de la Cámara de Cuentas “abren interrogantes sobre la gestión de los fondos públicos” (Pedro Silverio, “Diario Libre”). “Auge de la violencia desafía la capacidad de asombro del país” (Ramón Rodríguez).

“La mayoría de los que les dieron casa en Guajimía, vendieron por chilata y volvieron a la cañada. Se sentían desprotegidos” (Adalberto de la Rosa).

Se comprende ahora por qué tantas personas han dejado de leer noticias y se refugian en los deportes, las sociales, la farándula. Para nadie resulta grato hacer conciencia de que nos hallamos en un abismo muy oscuro donde la esperanza palidece y la angustia y el desaliento han tomado por asalto nuestra existenci.



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