La buena cara del dominicano con el visitante extranjero no es cosa de ahora. Documentada desde el siglo XIX, esta inclinación a esforzarse porque sus huéspedes la pasen bien empezó un día a ser combinada con la vocación y el espíritu emprendedor para abrir caminos.
Lejanos parecen ahora los días en que los hoteles eran operaciones familiares de alas cortas, pero no tanto como para que no puedan ser recordados por la gente madura de hoy.
Y algunos apóstoles quijotescos, en muchos casos vistos con curiosidad o como excéntricos.
Uno de ellos, Ángel Miolán.
Fue un político visionario que en los años 60 y 70, cuando muchos otros orientaban sus energías en busca del poder para cambiar la realidad dominicana, él se inclinaba por la promoción del turismo como una vía para hacer negocios.
¿Recuerda alguien su insistencia en la promoción de la “industria sin chimeneas”? Muchos deben de tenerla fresca en la memoria.
Hoy el turismo es una actividad vigorosa en el país y por lo visto lo será todavía durante mucho tiempo.
Una meta propuesta en 2012 fue alcanzada en diciembre pasado y trece años después parece haber convencido a los sectores público y privado de que pueden ser un poco más ambiciosos y abrir nuevos caminos para la explotación de otras de las muchas facetas de la naturaleza en esta parte de una isla caribeña puesta “en el mismo trayecto del sol”.
El establecimiento de nuevas metas puede ser una coyuntura oportuna para valorar no sólo las inversiones y apoyo desde el Estado para los emprendimientos, también para hacer sostenibles las áreas en explotación desde el punto de vista de los establecimientos humanos, el manejo de los desechos y el abastecimiento de agua.