Tumba y quema

Tumba y quema

Tumba y quema

Federico Alberto Cuello

Nada como sobrevolar la RD en helicóptero para comprobar la belleza del territorio nacional.
Montañas y valles de un verdor intenso acogen parques nacionales que colindan con terrenos agrícolas en permanente producción.

Es una colindancia simbiótica: de los parques nacionales salen los ríos cuyas cuencas llevan agua para irrigar tierras agrícolas y mover presas hidroeléctricas.

Proteger las cuencas en parques nacionales permite contar con la red de canales de riego para cultivar las tierras áridas del sur profundo y la Línea Noroeste.
Proteger la vida en parques nacionales permite también salvaguardar más de 7 mil especies endémicas en la RD, muchas de las cuales se encuentran en amenaza de extinción.

Pero proteger los parques es tarea titánica que con escasos guardias forestales es imposible realizar.
Sobrevolar el país también permite observar columnas de humo por doquier, delatando la depredación desaprensiva de los bosques.

Lo que ya no pueden hacer en Haití lo hacen impunemente de nuestro lado de la frontera: talar, quemar, empaquetar y trasladar carbón de leña para venderlo en su país, generando así 70 % de la energía consumida.
Esta otra simbiosis es insostenible y no puede continuar.

Como tampoco puede seguir la agricultura convencional dentro de los mismos parques nacionales. El magistral documental del cineasta dominicano José María Cabral, titulado “Tumba y quema”, pone al desnudo la complicidad de dominicanos con la desforestación (https://www.youtube.com/watch?v=rJFY8BKH7W4&t=2s).
Resulta que la desforestación de los parques nacionales es también un negocio organizado patrocinado por poderosos intereses y más de un ministro de medio ambiente.

Con tuberías que secuestran el agua desde el nacimiento mismo de los ríos para irrigar aguacates y yautías donde antes había un bosque, en terrenos delimitados con alambres de púas dentro del mismo parque nacional. Insólito.
Con niños fumigando plaguicidas prohibidos en otros países, contaminando aguas y tierras, amenazando la agricultura orgánica aguas abajo y exponiéndolos al cáncer.

Con mano de obra nacional y extranjera sometida a condiciones laborales inhumanas.
Todo esto después de haber tumbado y quemado, también impunemente.
La titulación de las áreas protegidas es uno de los legados más importantes del entonces ministro Orlando Jorge Mera, trágicamente desaparecido por defender el medio ambiente.

Teniendo protección legal y estando sus límites debidamente registrados en títulos de propiedad a nombre del Estado, urge ahora fortalecer el cuerpo de guardias forestales al tiempo que se transforma la actividad humana en nuestros parques, compatibilizándola con la preservación, como la agricultura ecológica que Altair Rodríguez describe con elocuencia en el documental antes citado.

Por la tumba y quema, Haití se quedó sin cobertura boscosa ni tierras fértiles. La vida no es allí sostenible, razón por la cual tantos abandonan ese país.

Su principal río, el Artibonito, nace en una de nuestras áreas protegidas y sigue siendo caudaloso porque 30 % de su cuenca está de nuestro lado de la isla.
El destino que nos espera si continúa esta depredación lo tenemos justo al lado.
De nosotros, y sólo de nosotros, depende el que logremos evitarlo.



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