Cuando Trujillo viajó a España en junio de 1954 a mí me correspondió ser el único reportero dominicano en reseñar su encuentro con Francisco Franco.
Recuerdo que en mi crónica periodística describí el desfile de los dos dictadores en un carro descapotado a lo largo de la Gran Vía, y cuando hube de mencionar la cantidad de curiosos agolpados a ambos lados de la calle, escribí que se trataba de unas cincuenta mil personas.
Como comprenderán mis amables lectores, la cifra de 50,000 espectadores era fruto de una gran exageración para estar a tono con una ley no escrita en virtud de la cual todo lo que tuviera que ver con Trujillo tenía que ser magnificado sin límites, so pena de caer en desgracia, como ocurrió a no pocas personas.
Pero la cosa no paró ahí. Por cada mano o cada mirada que pasó aquella crónica antes de ser leída por Trujillo, se le agregaban unos cuantos miles de supuestos e imaginarios curiosos, con el resultado final de que el titular principal de la primera página de “El Caribe” del 4 de junio de 1954 decía: “Seiscientos mil madrileños dan la bienvenida a Trujilo”.
¡Qué contraste tan grande se presenta ante nosotros hoy día al ser testigos, gracias a la televisión y el internet, de la visita del papa Francisco a la capital de los Estados Unidos! Quienes conocen la ciudad de Washigton habrán visto la espaciosa magnitud del paseo frente a la Casa Blanca.
Pues bien, abarrotado aquel espacio cuando el Sumo Pontífice estuvo allí pocos días atrás, los expertos estimaron una asistencia de no más de 200,000 personas, o sea 400,000 menos que los que falsamente se atribuyeron a los dictadores.
¡Y se trataba del Papa y el Presidente de la mayor potencia de la tierra!
Humildad versus soberbia. Eso lo dice todo.