Tres puertas

Tres puertas

Tres puertas

El símil de tres puertas que hay que pasar para llegar a una conclusión positiva, ha sido utilizado muchas veces, desde la más remota antigüedad.

Recuerdo vagamente una lectura de mi infancia que hablaba de tres puertas que había en un gran templo en el Oriente Medio (he olvidado su nombre), en cuyos dinteles se leían unas palabras contentivas de un sabio mensaje. Sobre la primera puerta estaba escrita la sentencia:

“Sé audaz”; quien, llevándose del consejo, penetraba en la habitación contigua, comprobaba que no le pasaba nada, excepto encontrarse de frente con una segunda puerta, sobre la cual podía leerse: “Sé muy audaz”.

Otra vez se pasaba al cuarto siguiente y nada sucedía.

En una de las paredes esperaba la tercera y última puerta, con la inscripción: “No seas demasiado audaz”.

Al llegar a este punto… ¿qué haría usted? ¿Daría marcha atrás o correría el riesgo de que, por desoir la advertencia, algo terrible le ocurriera? Yo elegiría ser prudente, llevarme del consejo y no abrir la tercera puerta.

Hay otra historia de otras tres puertas, extraída de un poema árabe también muy antiguo. Dice que si uno está tentado para contar algo sobre alguien, se imagine, antes de hablar, que tiene que pasar por tres estrechas puertas de oro.

La primera de ellas, por donde debe pasar la prueba para determinar si contamos el chisme, dice en su dintel: “¿Es verdad?”. Si es verdad, debemos pasar a la segunda, que nos pregunta: “¿Es necesario decirlo?”. 

En caso de que también pasemos esa prueba, nos queda la tercera puerta, sobre la cual se lee: “¿Siembra amor?”.

Si lo que queremos contar puede contestar afirmativamente esas tres preguntas, entonces no hay problema para que digamos el cuento o lo que sea, sin temor al resultado de nuestra palabra.

Si, por el contrario, no es verdad, o no es necesario decirlo, o no siembra amor, mejor mantengamos el pico cerrado.



El Día

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