Un alto funcionario de la nación se quejaba en estos días porque algunos de sus colegas se criticaban recíprocamente a través de los medios públicos de comunicación, y eso, según él, estaba mal por aquello de que los trapos sucios se lavan en casa.
Equivocado está, medio a medio, el aludido funcionario, pues si bien es verdad que en el ámbito familiar o privado la prudencia aconseja ser discretos a la hora de discutir las diferencias, no es lo mismo cuando se trata de los asuntos públicos.
Si algo anda mal en la administración pública, el caso debe airearse a la vista y oídos de todos los ciudadanos, de quienes los funcionarios son simplemente servidores, sirvientes bien pagados, para que se entienda mejor.
De ahí la importancia de insistir, como lo ha hecho Participación Ciudadana, en la necesidad de combatir el secretismo, esa mala costumbre de la burocracia dominicana, que no acaba de comprender lo que es la transparencia en el manejo de las cosas puestas a su cargo.
Los trapos sucios, ¡a la calle! Nada de ocultación de la verdad, nada de tapaderas ni complicidades. Transparencia es lo que demandan los tiempos modernos, gústele o no a los funcionarios de las tinieblas.