De manera inesperada, la semana pasada se anunció que tras cinco años de negociaciones, se aprobó el llamado Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans Pacific Partnership, TPP, pos sus siglas en inglés).
Es un tratado comercial entre países de la cuenca del océano Pacífico, que incluye 12 naciones, que a su vez representan el 40% de la economía global. Entre esos países esta EE. UU., Japón, Canadá, Vietnam, Malasia, y entre los latinos, México, Chile y Perú.
En primer lugar llama la atención los aspectos geopolíticos del acuerdo, tanto por la alianza cimentada de EE. UU. con Japón (el TPP incluye un tratado de libre comercio entre ambos países), como por la introducción de Vietnam como nuevo socio comercial, y la exclusión de China, la economía emergente más pujante e importante de la tierra. Sin dudas la primera intención del TPP es reducir los avances chinos sobre la globalización.
En segundo lugar se destaca la inclusión de normas ambientales y laborales, cuyos compromisos serian exigibles y sujetos a sanciones para los casos en que hubiese incumplimiento de los mismos.
En tercer lugar llama la atención el hermetismo con el cual se han llevado a cabo las negociaciones, sobre todo en estas últimas semanas, donde de manera sorpresiva en pocos días se superaron desacuerdos que habían permanecido por años. ¿Cuáles fueron esos arreglos?, aun es un misterio.
A pesar de que hay quienes duermen sobre el mito urbano de que nuestro país está en el ombligo del mundo y por ende siempre tendremos vigencia comercial, lo cierto es que el comercio mundial está dominado por los costos energéticos, la productividad de la mano de obra, y los carteles de fletes, entre otros.
Abramos los ojos para no recibir con el TPP otra sorpresa como las que nos dio Haití, irrespetando acuerdos para sus afanes políticos internos.