En una entrega anterior le comenté sobre la suspensión de por vida del lanzador Jenrry Mejía, quien a mi entender fue dejado solo tanto por los Mets como por la Asociación de Jugadores.
La semana pasada, Mejía le dijo al diario The New York Times que había sido víctima de una cacería de brujas por parte de las Grandes Ligas.
Con mucha razón, Mejía también encontró que la unión de jugadores hizo poco por él, ya que debieron encontrar algún motivo para realizar una apelación sobre su caso.
Ayer, Tony Clark, presidente del sindicato de jugadores de Grandes Ligas, negó las quejas de Jenrry y dijo que no estaba al tanto de las preocupaciones planteadas por el dominicano acerca de su defensa legal. Es decir que actuó como un Poncio Pilato cualquiera.
Es vergonzoso que el Jefe de un sindicato admita una barbaridad así, y mucho más si se trata de un jugador que es expulsado de por vida por resultar tres veces positivo a una prueba de esteroides.
Tanto los ejecutivos de los Mets, que han hecho una gran inversión en desarrollar el talento de Mejía, y el sindicato, por ser uno de sus miembros, estaban obligados a monitorear a Jenrry para que no perdiera su carrera.
Por mi cercanía con varios jugadores de Grandes Ligas sé que durante el proceso de aplicación de la política antidopaje de Grandes Ligas se cometen muchos excesos. Incluso, varios jugadores me han comunicado que durante la investigación los tratan como si fuesen delincuentes, queriéndoles obligar a aceptar que consumieron sustancias que desconocen.