«La victoria tiene cien padres y la derrota
es huérfana», Napoleón Bonaparte.
En ciertas circunstancias una derrota puede verse como una victoria relativa. Pero también un fino mantel puede verse “arruinado” por una “insignificante” (pero indeleble) mancha de café, con la cual ciertas personas sencillamente no soportan vivir. Ambas cosas suelen pasar en la política.
Sin dudas, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) fue el gran ganador de las pasadas elecciones presidenciales y congresuales, pues además de la Presidencia, logró alzarse en el Senado con 29 de 32 escaños, mientras que en la Cámara de Diputados se llevó 144 de 178, así como 12 de 20 diputados al Parlacen y los 7 diputados de Ultramar.
El PRM arrasó, sí, pero no pudo triunfar en la gran plaza, la Capital. Allí ganó el joven Omar Fernández y no tengo dudas de que esto significa una gran derrota política, no solo para Guillermo Moreno, sino también para el presidente Luis Abinader y una parte de los sectores más progresistas dentro y fuera del PRM.
Es probable que, si pudiera escoger, el presidente cambiaría tres o cuatro senadurías por esa sola, siempre que no perdiera esa mayoría privilegiada. Pero ganó Omar.
Manso, como un cachorro domesticado, Omar fue muy astuto y en algún momento se presentó no como el temible cazador, sino como “la víctima”, y se quejó de que “todos estaban contra él.
Efectivamente, todos los recursos, todo el poder puesto detrás y a favor de Guillermo Moreno pudo convertirse en un bumerán.
Pero los resultados demostraron que no era cierto que “todos estaban contra Omar”.
Al contrario: Guillermo fue derrotado por sus propios aliados, pues no todos los perremeístas votaron por él, muchos lo hicieron por Omar, por diversas razones.
Dicen que “dato mató a relato”, por eso bastaría con ver los números redondos: Abinader sacó 57 % mientras que la suma de votos de Abel y Leonel es igual a 39 %. En cambio, en la Senaduría de la Capital Omar obtuvo el 56.20 % de los votos y Moreno 39. 77 %.
Al margen de otros factores, es preciso decir que Guillermo unificó a la oposición en su contra, por su discurso y su historial de lucha contra la corrupción.
Y si bien Abinader y varios de sus funcionarios “se echaron al hombro la candidatura de Moreno, este no contó con el apoyo de importantes cuadros del PRM (incluidos algunos diputados), quizá por el mismo miedo que sienten opositores. Además del “efecto Faride”, la suya fue una carrera contra el tiempo.
La cuestión es que ganó Omar de manera convincente. ¿Y ahora qué?
No pasará nada del otro mundo, pero se supone que la suya será la voz más alta de la oposición en el Congreso. Perplejos, los peledeístas –que enfrentan la peor crisis de su historia– verán cómo Omar eclipsará a la mayoría de sus figuras, y precisamente desde la principal plaza política del país.
Muchos perremeístas –que más miopes no pudieron ser– prefirieron dar el triunfo a un contrario antes que a un aliado (verdaderamente incómodo, pero aliado), y creo que los veremos llorar lágrimas de sangre. Parece que solo Abinader y algunos de sus más cercanos entendieron lo crucial que era para el partido derrotar a Omar/Leonel en la Capital.
En síntesis, no es cierto que todos estaban contra Omar. Más bien, toda la oposición, más sectores oscuros de las iglesias y gente del propio PRM se alinearon contra Moreno. Definitivamente, es cierto que en política frecuentemente la emoción se impone a la razón… y a los recursos de toda índole.