No sé qué le pasa a la gente cuando tiene mucho poder, pero por lo general se transforma y el contenido del segundo cerebro se les va al primero. Es como si le borraran todos los archivos de su disco duro y su “memoria” comenzara desde cero. Ciertamente no todos son así, pero la mayoría sí.
Quizá sea por aquello de que “el ser determina la conciencia”, pero la mayoría de los individuos cambian, o tal vez simplemente las nuevas condiciones lo revelen tal cual siempre fueron y que nunca tuvieron conciencia y mucho menos principios.
Algunos se valen de su posición para hacer todo tipo de travesuras y enriquecerse a cualquier precio y en el menor tiempo posible. En medio de su locura, olvidan que tienen familia, mujer, hijos, hermanos, amigos. Cierto que muchos de sus íntimos disfrutan de la fiesta mientras dura.
Cuando están subido en el palo no cesan los aplausos, los elogios y el apoyo “incondicional” de toda una corte de serviles en la que por supuesto no faltan las chapeadoras “bendecidas” y hechas a la medida con dinero de todos, los maridos extras (son menos que las amantes, que también hay) y las queridas o segundas bases. Pero todo tiene su límite.
Irremediablemente llega el día en que se acaba la fiesta. Y entonces hay que recoger y rendir cuentas.
Y es aquí donde la puerca retuerce el rabo y comienzan las lamentaciones, los llantos y las quejas por la “persecución política”. Los abogados recurren a sus mejores argumentos y a todo tipo de subterfugios legales y el partido se pronuncia pidiendo “respeto al debido proceso”.
Desde luego, tampoco faltan los estrategas, los asesores, expertos en comunicación estratégica y manejo de crisis que –sacando su tajada del dinero mal habido- se ponen a disposición del exfuncionario corrupto.
Algo que se hubiera podido evitar con solo tener en cuenta que el poder es efímero. Nada es eterno, ni Dios. Ni siquiera la vida que conocemos hoy. Y si la vida de un hombre es apenas un parpadeo en la historia del universo, por qué rayos algunos llegan a creer que su vida será para siempre y que el poder que le ha sido confiado es o será infinito.
Desde fuera, lo antes indicado, excepto la palabra Dios, luce tan lógico y tan claro que pocos se atreverían a negarlo. La confusión viene cuando se está arriba, en el poder, donde la mayoría de los hombres se obnubilan tienden a perder el juicio.
Y la locura colectiva llega a su climax cuando el mesías, el líder, el gran estratega, frío, certero, convence a sus seguidores de que él garantiza el triunfo bajo cualquier circunstancia y ante cualquier adversario, olvidando que un día tendrá que bajar del palo.
Y es por ello que provocan más repudio que pena escucharlos gritar en la cárcel o en el tribunal, “esto es un abuso, soy inocente!”. Pero ya la poderosa espada de Themis viene bajando, inflexible y certera, hacia su cuello.