José María Arguedas (Andahuaylas, 1911 – Lima, 1969), uno de los más importantes antropólogos del Perú, además de etnólogo, está en nuestro análisis, tras 55 años de su muerte en la forma de suicidio, por la causa de la predisposición biológica a la depresión, ocurrida un 2 de diciembre de 1969.
Justamente, en “Todas las sangres” (1964), su sexta novela de corte indigenista nos revela una representación de escenarios geográficos y sociales muy similares a los que se están suscitando con nuestros vecinos insulares del Oeste, es decir Haití, cuyo foco se sitúa en los campos rurales dominicanos, en las ciudades y metrópolis; mejor dicho, en todo el país.
Pero es necesario contar la versión andina del autor en esta existencia y dura narrativa: José María Arguedas vivió con los indígenas desde temprana edad, a causa de huir de casa de su madrastra, quien le daba tratamiento de sirviente, ya que su padre, un juez cesado, se convirtió en un abogado itinerante.
En clave de la situación nacional enojosa, de la descontrolada, peligrosa, inmigración haitiana, Arguedas debió conocer el problema, ya que fue uno de ellos; en segundo lugar, logró que este se convirtiera en un problema universal.
Eso es lo que nosotros no hemos podido lograr: mantenemos el tema de Haití, a nivel interno, pero el asunto debe salir al mundo.
Y no como reclamo, sino como las acciones en la que se pueda ver el mensaje que se entienda que, si Haití no colabora, si no reconoce que nos insulta al invadirnos pacíficamente, poco o nada es lo que podemos hacer por ellos. Por ejemplo, no podemos desmedrar el ya desmedrado presupuesto nacional, el sistema público de salud, el laboral que está muy impactado por ellos, y otros indicadores de un maltrecho desarrollo económico nacional, del que nadie cree.
En “Todas las sangres”, un cuadro autobiográfico, en realidad, el autor cuenta la historia de una familia de latifundistas, y las consecuencias en el proceso de transformación de ese que país fue muy negativa. Exactamente aquí en República Dominicana ocurrió lo mismo: los empresarios pusieron en marcha su propio proceso capitalista, armaron el conflicto de la inmigración, y todavía lo siguen haciendo; no abandonan sus deseos de seguir expoliando al malogrado de Haití, para explotarlo.
Arguedas no cejó en luchar en vida contra todas estas barbaridades de una etnia, como las de los indígenas de la sierra del Altiplano, defendido en las formas tradicionales de la vida andina.
Diríase que haber enfrentado solo y contra el sistema políticos de su país, postular un estatismo social y adherirse al socialismo le produjo los desequilibrios nerviosos que le causaron aquella muerte autoinflingida.
Eso es lo que debemos nosotros practicar frente al drama migratorio de ilegales haitianos. No sirve pedir al gobierno que haga lo que tiene que hacer; mejor y pedir la cabeza de sus funcionarios y, ya en posición, los que mejor comprenden el problema, podrán continuar.
55 años después de la muerte de José María Arguedas, debemos emular su obra, sin temores. Sus teorías culturales, especialmente la pérdida de indio trasplantado a la ciudad, es de lo más importante.
Su primer libro de cuentos, “Agua”, en 1935; y las novelas “Yawar fiesta”, 1941; “Los ríos profundos”, 1961; y el “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, en 1971, quedó inconclusa debido a la muerte del escritor. En estos libros hay un Arguedas total.