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¿Tendemos naturalmente los seres humanos a la corrupción?

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La neurociencia ha empezado a explorar cómo el poder político y el contexto institucional influyen en la actividad cerebral asociada a decisiones corruptas o inmorales.

A estas alturas parece indiscutible que la corrupción es uno de los peores daños que se pueden hacer a las sociedades democráticas. El mal uso de la autoridad, de los derechos o de las oportunidades que nos otorga el ejercicio del poder es contrario a la ley y a los principios morales. Pero la realidad es que se produce una y otra vez.

¿Cuándo (y cómo) nace este impulso amoral dentro del cerebro? ¿Somos, acaso, seres con una tendencia innata a la corrupción?

Anticipemos la respuesta alejando fatalismos: la corrupción no es una enfermedad y, desde luego, no es inevitable.

La neurociencia ha empezado a explorar cómo el poder político y el contexto institucional influyen en la actividad cerebral asociada a decisiones corruptas o inmorales. En un cerebro sano, la tentación de adoptar un comportamiento corrupto debería crear un conflicto entre el deber y la acción. Así, a los estímulos que incentivan la conducta corrupta –como obtener beneficios personales abusando de una situación ventajosa– se contrapondrían elementos disuasorios –como el miedo a un posible castigo–.

Ante este dilema, ¿se podría anticipar qué inclinará la balanza hacia un lado o hacia el otro en cada individuo?

Recompensa y autocontrol

Existen datos que indican que "caer en la tentación" o sucumbir a la corrupción requiere la intervención de varios sistemas cerebrales. Los circuitos que regulan la recompensa, el autocontrol y la evaluación moral de los comportamientos personales son los más afectados.

De entre ellos, destacan los circuitos que gratifican una determinada conducta y nos motivan a repetirla. Se trata de áreas que liberan neurotransmisores en el cerebro en respuesta a obtener dinero o estatus.

Como resultado, cada vez que una acción corrupta (por ejemplo, un soborno sustancioso) se produce con éxito, se refuerza la conexión entre las neuronas que favorecen que el comportamiento se repita. Y eso rompe el equilibrio entre impulso y control en el cerebro que sucumbe a la corrupción.

Imagen que ilustra el concepto de corrupción.

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BBC Mundo

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