“Yo tengo un sueño”, dijo Martin Luther King en su elocuente y poderoso discurso del 28 de agosto de 1963 por un futuro en el cual la gente de tez negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales.

Aunque su sueño le costó la vida, su ideal sigue siendo fuente de inspiración para los amantes de la igualdad y la libertad en todo el mundo.

Motivado por tal ejemplo, me atreví hace algunos días a dar a conocer mi propio sueño, consistente en una serie de principios cívicos y morales que me gustaría ver aplicados en mi país, tanto en el ámbito político como en el oficial y en el privado.

Pero al repasar una y otra vez la lista de mis sueños, he descubierto que entre ellos se han colado subrepticiamente algunas pesadillas que me agradaría ver extirpadas de una vez y para siempre.

No tengo espacio aquí para inventariar todas mis pesadillas, pero como muestras permítanme referirme a la impunidad imperante, a la corrupción a todos los niveles, a la inseguridad ciudadana sin control y a la ausencia de institucionalidad en general.