Antonio tiene 31 años y dice que la terapia contra la violencia machista le cambió la visión del mundo.
«Yo no le pego a una mujer, nunca le he pegado. Yo no soy violento. No… Pero luego me fui dando cuenta que sí, que tenía muchas actitudes machistas y violentas».
Quien hace esta reflexión es Antonio, un hombre de 31 años que trabaja como empleado administrativo en Ciudad de México.
Él participa desde hace 10 años de una terapia que brinda Gendes, una asociación civil mexicana que asiste a hombres para que se involucren en la igualdad de género y dejen sus actitudes violentas y machistas a un lado.
«Con la terapia cambié mi visión del mundo. La mayoría de los hombres se enfoca en decir que quienes nos agreden son ellas y no nos damos cuenta de que el 99% de la violencia que sufrimos los hombres es a manos de otros hombres», señala Antonio en una conversación con BBC Mundo.
Por su parte, Víctor llegó a la terapia de rehabilitación de violencia machista para acompañar a un amigo.
Tiene 41 años, da clases de inglés y hace 2 años que asiste a las sesiones.
«Llegue a la terapia porque un compañero golpeó a su pareja y ella hizo un camino legal denunciándolo. La trataron como suelen tratar a las víctimas en México, con desprecio. Entonces ella lanzó en las redes sociales una pregunta a los amigos de su expareja: ¿Dónde están? Porque nos notó muy calladitos», relata Víctor.
Él cuenta que su amigo terminó llorando y pidiendo ayuda. Entonces decidió acompañarlo a la terapia contra la violencia machista.
«En la primera sesión me di cuenta que era yo el que no podía irme. Ejerzo muchas violencias hacia mi pareja, hacia mi madre, hacia las personas que me rodean y era hipócrita si me iba», afirma.
«Llegué a romper una puerta de un closet, averiar la del baño… una vez ella trajo pan de dulce, lo tiré al piso y lo pateé con mucha rabia. Incluso llegué a chantajearla para que tuviéramos relaciones sexuales», le dice a BBC Mundo.
¿Cómo son las terapias contra la violencia machista?
Existen diversos tipos de terapias en el mundo para tratar la violencia principalmente ejercida por hombres hacia las mujeres. Algunas las ofrecen organizaciones civiles y otras son parte de programas gubernamentales.
En América Latina hay programas de asistencia a los hombres en países como Argentina, Uruguay, Bolivia, Panamá y México. También hay en España y Estados Unidos.
«Hay que analizar cuáles son las circunstancias que han llevado a esa persona a ejercer violencia y el tratamiento de un hombre maltratador hay que diseñarlo a la medida de las necesidades específicas», opina Enrique Echeburúa, catedrático de psicología clínica de la Universidad del País Vasco, en España, y líder de un grupo que se dedica a brindar este tipo de asistencia a hombres.
Para el psicólogo, es preferible que la terapia sea individual. «Pensamos que el tratamiento grupal no es lo más indicado porque no se presta atención suficientemente a las necesidades individuales de cada persona», señala a BBC Mundo.
El especialista, que también diseñó programas de rehabilitación para hombres encarcelados por violencia de género, sugiere un tratamiento de unas 20 sesiones de una hora con una periodicidad semanal.
Eso supone aproximadamente unos 5 o 6 meses de tratamiento con evaluaciones previas y posteriores y un seguimiento del paciente.
Por su parte, en la asociación civil Gendes priorizan el trabajo grupal, aunque también ofrecen sesiones individuales.
«En términos culturales, vamos asimilando la violencia de a pares, a partir de los primos, los amigos, los hombres de la casa, etc. Por eso promovemos desarticular la violencia en grupos», dice Mauro A. Vargas Urías, director general de Gendes.
Allí cuentan con 30 grupos de unos 20 hombres cada uno. Antes de la pandemia se reunían presencialmente dos horas y media a la semana, ahora lo hacen de manera virtual durante una hora.
Incluso activaron una línea telefónica disponible las 24 horas para asistir a hombres en el proceso de lidiar con sus frustraciones, miedos y enojos y así evitar que ejerzan violencia.
«Los hombres llegan en su mayoría de manera voluntaria aunque hemos establecido ciertos acuerdos con la justicia mexicana para que nos envíen a hombres que han ejercido violencia en casa», explica Vargas a BBC Mundo.
En las sesiones de la asociación, se discuten pequeñas acciones que pueden realizar los asistentes que sean útiles para no ejercer violencia en la vida cotidiana y que puedan aplicar durante la semana hasta el siguiente encuentro.
«Es un acopio que va creciendo con propuestas sobre qué hacer, cómo actuar y qué no decir. Son espacios de permisos y acuerdos», detalla el sociólogo.
Gendes funciona en México desde 2003 y se basa en el Programa de Hombres Contra la Violencia Intrafamiliar (Pocovi) que nació en California, Estados Unidos, a finales de la década de 1980.
Es una organización sin fines de lucro en la cual los hombres pagan un bono contribución de unos 100 pesos mexicanos (aproximadamente US$5) y que se financia con otros proyectos y servicios a empresas.
«No hay violencia chiquita»
La violencia contra las mujeres es un tema especialmente preocupante en América Latina.
México es el segundo país de la región con más crímenes contra mujeres por razones de género, solo por detrás de Brasil, según datos de 2019 del Observatorio de Igualdad de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
«Hay datos objetivos que hacen que la violencia se ejerza mucho más fácilmente por parte del hombre contra la mujer, que a estos efectos funciona como una víctima», señala Enrique Echeburúa.
Y esa relación violenta termina dando «beneficios» al hombre porque este acaba saliéndose con la suya, explica el psicólogo.
«Por distintos motivos, el hombre es más violento en general porque ha aprendido a comportarse así desde niño. El estereotipo de varón ha estado unido al ejercicio de la violencia y el hombre tiene unas creencias acerca del papel de la mujer a nivel cognitivo», añade.
«Nos instruyen en el aprendizaje de la violencia. No es que todos estemos condenados a ejercerla, sino que así lo aprendemos la mayoría y muchos deciden aplicarla», dice, por su parte, Vargas.
«Es importante darse cuenta de que si lo aprendí lo puedo desaprender. Y recordar que no hay violencia chiquita», agrega.
Gentileza Antonio
«Con la terapia cambié mi visión del mundo»
Ambos especialistas, como los asistentes a las terapias con los que pudo hablar BBC Mundo, destacan los distintos tipos de violencias que se pueden ejercer, además de la física, y que muchas pueden ser muy sutiles.
Enumeran la violencia verbal, los golpes a las cosas que están alrededor de la víctima como una forma de amenaza -algo que llaman violencia física alrededor- el control, los celos y hasta los silencios prolongados que tienden a desequilibrar a la otra persona.
«Esto hace difícil que los varones asuman que ejercen violencia porque generalmente lo que aprenden como lógicas de violencia son aquellas que avanzan o escalan hacia golpes, una violación sexual o en el extremo, el feminicidio», detalla Vargas.
Trastornos psicológicos
La violencia de los hombres hacia las mujeres puede tener muchos orígenes.
Como mencionamos anteriormente, puede surgir de un aprendizaje en una sociedad patriarcal, donde el control y la dominación es una manera de comunicación.
Existen otros elementos que pueden detonar situaciones de violencia como el abuso de alcohol y las drogas.
Y también están los trastornos psicológicos que pueda experimentar el hombre.
«Calculamos que en torno a un 20% de los casos de violencia están generados por un trastorno mental grave, fundamentalmente el psicótico, o sea, una psicosis con ideas delirantes, persecutorias o ideas delirantes de celos, por ejemplo. El hombre pierde el control con respecto a lo que está ocurriendo», señala Echeburúa.
Estas personas deben recibir tratamiento psicológico y psiquiátrico, apunta el especialista.
«Pero hay un 80% de hombres que no tiene un trastorno mental pero pueden tener distintas alteraciones psicológicas, que, por supuesto, los hacen responsables de aquello que hacen. Pero se los debe tratar también psicológicamente», afirma Echeburúa.
Existen voces, sobre todo desde el sector feminista, que se muestran en contra de estas terapias. Estas críticas se centran en la calidad de los programas, su efectividad y la victimización del maltratador.
Echeburúa explica que los hombres que ejercen violencia deben recibir un tratamiento por dos motivos: porque pueden volver a emparejarse -repitiendo el patrón de violencia- y porque tienen derecho a una reinserción en la sociedad.
«Sabemos que una persona que ha ejercido la violencia contra una pareja tiene una alta probabilidad de volver a ejercerla cuando mantiene una relación con otra pareja», señala Echeburúa.
«Tanto desde el punto de vista de la prevención de nuevas víctimas futuras, como desde del derecho a la rehabilitación que tiene un agresor, el tratamiento psicológico puede ser necesario y al mismo tiempo compatible con la aplicación de medidas penales» si ese es el caso.
«Hombres en crisis»
Muchos de los hombres que llegan a la primera sesión de estas terapias de rehabilitación de violencia se sienten avergonzados porque fueron capaces de hacer algo inimaginable para ellos.
«El hombre llega en crisis», explica Vargas. «Tiene miedo y se siente autoestigmatizado porque es una dimensión en la que ha fallado», añade.
Otros llegan con una actitud de «macho progre», dice Vargas. Estos son los hombres que se autodefinen como respetuosos y defensores de la igualdad de género pero que terminan diciendo frases como: «Yo le ayudo a ella a limpiar la casa» o «yo sí la dejo trabajar».
«Se delatan en su propio discurso», asegura el director de Gendes.
Gentileza Víctor
«En la primera sesión me di cuenta que era yo el que no podía irme»
Y hay muchos otros hombres que empiezan las sesiones negando toda clase de ejercicio de violencia.
«La tendencia de un hombre maltratador es a negar que ejerce maltrato porque utiliza el mecanismo psicológico de la negación. Se autoengaña y piensa que no es para tanto», analiza, por su parte, Enrique Echeburúa.
Pero existen momentos de lucidez «porque los maltratadores no lo son las 24 horas del día», dice el psicólogo español.
«Hay momentos en que se miran al espejo y se dan cuenta de lo terrible que es maltratar a una persona con la que se han emparejado de una forma voluntaria».
Según el especialista, estas personas que se presentan a la terapia voluntariamente son las mejores para tratar y para que el programa sea efectivo.
¿Puede un hombre dejar de ser violento?
Antonio y Víctor hacen una pausa prolongada para responder esta pregunta.
«No me gusta pensar que estoy recuperado porque siento que caería en una posición cómoda de decir: ‘Ya lo logré’. Quiero pensar que día a día tengo que seguir trabajando», afirma Antonio.
«Sigo ejerciendo violencia, aunque a lo mejor no del mismo modo, ni con la misma frecuencia», añade.
Víctor coincide.
«En mi aprendizaje pienso que va a ser muy difícil que yo me pueda ver algún día así, como (un hombre) no violento», dice.
Sin embargo, los profesionales encargados de esta terapia son optimistas.
«Tenemos instrumentos de cambio y programas terapéuticos desarrollados en distintos países para que este tratamiento pueda realmente ser efectivo», asegura el psicólogo Echeburúa.
Vargas, de Gendes, cree que el hombre puede cambiar pero se requieren de tres elementos para que así sea: que se dé cuenta de que ejerce violencia, que la detenga y que se comprometa con el cambio.
La revolución del hombre
Todos los hombres consultados para este artículo opinan que la violencia siempre es una decisión y que ellos pueden ser los protagonistas del cambio.
«Si como hombres avanzamos en el conocimiento de lo que es el género y erradicamos el machismo, creo que esto puede ser una revolución pacífica a nivel mundial que podría generar muchos cambios positivos», analiza Mauro Vargas.
Para el catedrático de Piscología Enrique Echeburúa, «hay que hacer un llamamiento a los hombres para que no se avergüencen de este tipo de conductas, sino que busquen ayuda para hacer frente a este problema».
Victor y Antonio coinciden en que la terapia para terminar con la violencia machista les cambió la vida y recomiendan a otros hombres que den el primer paso para frenarla.
«Yo pensaba que era un grupo solo para detener nuestra violencia y en realidad he aprendido que es mucho más que eso. Es un camino de felicidad y de bienestar», asegura Víctor.
«Con este trabajo, más que hacerme un hombre bueno o no violento, me convertí en una persona responsable: mido mis violencias, mis maltratos hacia mi pareja y hacia los demás. Esto es mágico», analiza.
Mientras tanto, Antonio comparte un consejo para los hombres que ejercen violencia: «Date cuenta, ayúdate y apóyate. No eres todopoderoso, tienes un problema. No lo vas a poder resolver tu solo».
Este artículo fue publicado originalmente el 26 de marzo del 2021 por la BBC