Soñemos y esperemos

Soñemos y esperemos

Soñemos y esperemos

Roberto Marcallé Abreu

Este mal –como tantos de nuestros males- comenzó a incubarse hace años. Y me refiero a las distorsiones, a las actitudes equivocas, a la perversidad en el ámbito literario. Yo apenas comenzaba a escribir, a publicar cuentos, fragmentos de novelas y poemas a fin de participar en los contados concursos literarios existentes.

Nunca me engañé a mi mismo: sabía que por una concepción elitista, fundamentada en el privilegio de la formación cultural e intelectual de algunos, la clase social, prejuicios y malquerencias muy propios de los ambientes literarios, las puertas del reconocimiento general siempre serían estrechas, complicadas, difíciles.

A pesar de estos reparos recuerdo la infinita condescendencia, permanente u ocasional, de un sinnúmero de personas. Marianne Tolentino, francesa en sus orígenes, quien comentaba, aconsejaba y defendía nuestros primigenios trabajos con generosidad, comprensión, delicadeza.

Jimmy Sierra, Fernando Sánchez, Andrés L. Mateo, Tony Raful, Mateo Morrison, Enrique Eusebio, Antonio Lockward, las magistrales historias de Efraim Castillo, René, Miguel, Rubén, Alexis Gómez, unos pocos nombres de tantos que no hay espacio para mencionar.

Recuerdo el respeto y la paciencia de Marcio Veloz Maggiolo, las enseñanzas de Alberto Malagón, las charlas de Freddy Gatón Arce y Franklin Mieses Burgos, de Bruno Rosario Candelier, los diálogos de Arturo Rodríguez.

A Rosario Candelier lo recuerdo de cuando los concursos literarios estaban administrados por el departamento de Cultura de Educación. Él, junto a Pedro Peix y Bertha Albert, realizaron un trabajo tan justo y profesional como encomiable.

Solo que el mundo del arte es un ámbito de conflictos y confrontaciones. Gradualmente nos hemos atomizado y empequeñecido. Es brutal el odio que se profesa en este contexto de manera gratuita, denostar una obra y un autor sin haberlo leído o estudiado, excluir creadores valiosos de las antologías, desdeñar un escritor por malquerencias o por su evidente superioridad, degradarlo, irrespetarlo, por venganza o maldad pura o un inexplicable desagrado.

Es preciso retomar nuestros grandes escritores, poetas y ensayistas tradicionales y sus obras, promover estudios especializados, insinuarlas a críticos de auténtica valía, tratar con seriedad y respeto a quienes han logrado méritos y reconocimientos antes y ahora y a quienes, a pesar de su poca edad, se desarrollan de manera notable.

Obviar obstáculos para relanzar nuestras letras y proyectarlas en un mercado interno y externo en el que logremos la posición que realmente merecen los autores nuestros y de esta patria tan vilipendiada.

Pienso, como un ejemplo a tomar en cuenta, en un amigo escritor que ha sentado cátedras en lo que se refiere a la conducta que debe caracterizar un equipo promocional que relance las letras dominicanas hacia metas nunca alcanzadas anteriormente.

Esa persona ha sido responsable por veinte años del concurso literario de mayor prestigio en estos momentos, el de la Universidad Central del Este: el escritor Miguel Phipps Cueto.
Seriedad y responsabilidad. Situarse al margen de los prejuicios. Reconocer a los autores por sus méritos verdaderos. No transigir por actitudes mediatizadas, mantenerse al margen de capillas e intereses espurios que envenenan y degradan el oficio.

Una tarea de esta naturaleza requiere espíritu de organización, receptividad con lo positivo e intolerancia con lo mezquino, miras y metas pensadas con detalle, niveles de capacidad personal y conocimiento de causa.

Sentir y sufrir en sus venas los ímpetus del escritor, sus pasiones, sus alegrías y desalientos, vivir al margen de intrigas burdas y execrables intereses.

Es mi impresión que un equipo que se inspire en estos preceptos y amplitud de miras nos colocará en los sitiales literarios de mayor relevancia, aquí y en el exterior, mucho más allá que lo soñado hasta ahora. Esperemos a ver.



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