Son más las veces que estoy de acuerdo con la Finjus que las que no lo estoy. Igual me pasa con Participación Ciudadana. Pero ello no quiere decir que endoso todo lo que salga de esas dos respetables entidades. ¡Qué conste!
Hoy, por ejemplo, coincido en gran parte con los puntos de vista de Finjus (Fundación Institucionalidad y Justicia) sobre el Congreso Nacional y las reformas constitucionales que discute ese mismo congreso disfrazado de Asamblea Nacional.
Coincido con que hay que detener el creciente número de diputados y congelar la matrícula en los 178 que hay en la actualidad. Coincido también en rechazar la creación de los legisladores de la diáspora, y le agrego que debemos renunciar del Parlacen y suprimir los cargos de diputados que esa entelequia conlleva. Coincido en que debe evitarse una inmunidad parlamentaria que permita a los legisladores escurrirse en vericuetos legales que les otorguen irritantes privilegios, como se aprobó en la primera lectura.
Coincido, coincido y coincido
pero, ¿de qué me vale coincidir, si los llamados a corregir esos males en la Constitución y las leyes son los mismos que se benefician con tales aberraciones?
Estamos en un callejón sin salida. Sólo nos salvaría un súper virus ético que, como el AH1N1, nos agarre a todos juntos.