Nuestra ciudad ha experimentado en los últimos 25 años un crecimiento vertiginoso, tanto en el orden económico, como urbanístico.
Las estrategias desarrolladas por el sector privado en ese sentido presionaron a los gobiernos nacional y local a procurar no quedarse atrás; con lo que se iniciaron, casi de inmediato, fuertes inversiones de capitales públicos en obras que, por lógica, demandan las urbes como la nuestra.
El crecimiento del turismo fue otra de las causas que provocaron el surgimiento de infraestructuras de alojamientos, comercios de ventas minoritarias de famosas marcas y establecimientos de ofertas gastronómicas de talla mundial.
Sin embargo, en el mismo orden llegan los problemas o conflictos que en muchos casos no estamos preparados para enfrentar. Tal es el caso de la gentrificación.
La gentrificación está definida como “el proceso de rehabilitación urbanística y social de una zona urbana deprimida o deteriorada, que provoca un desplazamiento paulatino de los vecinos empobrecidos del barrio por otros de un nivel social y económico más alto”.
Inmediatamente llegó a mi memoria la Zona Colonial de nuestro Distrito Nacional.
Esta se caracteriza por su alta complejidad como territorio urbano, con instalaciones patrimoniales que reflejan diferentes grados de deterioro y necesidad de restauración, en una significativa parte, lo que unido al número de visitantes que acude a sus espacios urbanos con fines turísticos, comerciales, educativos, religiosos o recreativos, agrava el equilibrio de la vida urbana de tan pequeño espacio territorial. Tal y como lo revelan estudios hechos por diferentes gobiernos de la ciudad capital en los últimos 15 años.
Se están dando todas las características que definen un proceso de gentrificación (del inglés ‘gentry’ literalmente, aburguesamiento) y que no es otro que el de una renovación urbana, poblacional y económica, cuyo móvil es el beneficio derivado del incremento (la renta diferencial) del valor del suelo obtenido tras su transformación.
Este proceso de revaloración económica se entronca en la nueva organización jerárquica y competitiva de las ciudades, donde los centros urbanos e históricos por su posición privilegiada y accesible, juegan un papel fundamental en la atracción de capital, actividades y población.
En el nuevo orden económico las ciudades compiten entre sí por insertarse en los espacios económicos globales y en esta competición cobra especial relevancia la promoción de la ciudad.
Se acometen operaciones singulares con un marcado carácter de marketing, es decir, de venta de la ciudad para satisfacer las necesidades del mercado, pero no de sus ciudadanos.
Se vende una parte de la ciudad y se esconde y se abandona el resto. Son proyectos destinados a revitalizar la ciudad que se diseñan sobre puntos concretos, esperando que éstos vayan a generar crecimiento para el resto del área en vez de diseñar políticas que engloban a toda la población de un territorio.
Son ‘rehabilitaciones’, ‘renovaciones’, ‘regeneraciones’ con una visión muy mercantil y parcial, radicalmente opuestas a lo que es proyecto de ciudad integradora y social, y que demuestran una incapacidad desde la gobernabilidad de crear y mantener el tejido social que es la base de cualquier intervención renovadora-rehabilitadora.
Debemos implementar la estrategia de “como ponernos de acuerdo” para que el desarrollo inminente que nos arropa mantenga la esencia de nuestros valores históricos y culturales. Estamos a tiempo.