El homicidio cometido contra una mujer es más que feminicidio. La muerte es la punta de iceberg. A veces con poner fin al cuerpo se cubren otras cosas.
Veo a la madre de una niña asesinada y descuartizada por su marido pedir: «A la primera dama y al presidente de la República que la ayuden a meter en la cárcel al criminal, porque no fue a un perro que él mató».
Se me rompe la cabeza para descomponer tanto conflicto en una sola historia. Una niña de once años con marido. ¿Desde cuándo tiene «marido», o quizás maridos, una niña de once años? La madre dice que le rogaba a la niña para que dejara esa relación.
Cada laberinto es más complejo que el otro. ¿Es que la niña no tenía gobierno en casa? ¿Iba a la escuela? ¿Tenía padre, tías, tíos, abuelos, abuelas? Esos elementos son importantes, porque evidentemente la madre es un referente distorsionado.
Lo expresado dice que la señora también está muerta, puede ser que hace mucho tiempo que murió. Entornos obnubilantes donde crecen seres en condiciones ignotas, colmados de ignorancia, exclusión y maltrato.
¿Considera la señora que si el criminal asesina a un perro no merece la cárcel? ¿Por qué no está presa la señora que ha permitido o tal vez propiciado que su niña, no se sabe desde qué edad, tenga marido? Tal vez es por lo mismo que nunca estuvo presa la madre de Emely Peguero, a quien la opinión pública vistió de víctima porque la madre del perpetrador era dirigente política y ella, la madre de Emely, una pobre mujer, pero que tuvo al perpetrador a su cuidado, y consintió la relación de la menor con éste por años.
Es mucha complejidad para la ficción. La realidad que vive la sociedad está infectada de tramas que hacen juegos de muñecas rusas. Dentro de cada feminicidio hay múltiples historias de mujeres que son cuerpos vacíos, estructuras de abusos en secuencia de generación en generación.
De los niños nadie dice nada. Todo mundo ve un auge de homosexualidad y lo reducen al elemento «preferencia sexual», que puede ser cierta hasta un porcentaje posible, pero que puede estar siendo inducida por violaciones y malos tratos en ese mismo entorno familiar y social enfermo que les desprotege como ocurre con las niñas.
El depredador sexual no está acechando detrás de un árbol para atacar, está ahí, dentro de la casa con consentimiento velado. Un hombre de 39 años, que su mujer tiene once, creí que era una noticia de hace dos meses que estaban repitiendo, pero no. Era otro episodio de este sociedicidio.
*Por Luisa Navarro