Sociedad porno y sed de espectáculo

La visión crítica del siglo XIX acerca de la mercancía apuntaba al cuestionamiento de su esencia, inhumana y alienante, en cuanto que objeto existente, en cuyo proceso de fabricación el ser humano daba lugar al fenómeno de la plusvalía y de la explotación del hombre por el hombre.
El proceso de evolución en las relaciones capitalistas de producción dio lugar a la eficiencia de la cadena de montaje y la producción en serie, la transformación tecnológica de las infraestructuras, al apogeo del marketing como estrategia de seducción, y en el estadio más desarrollado del propio capital, a toda una revolución en la comunicación y la información, hasta llegar a la era actual de la tecnología digital, la exclusión social, la autoexplotación por rendimiento y, como efecto suyo, a la sociedad de la transparencia como afirma Han (2013).
Transparencia no es sinónimo de desocultamiento, desvelamiento de lo verdadero como en Heidegger. Se trata, más bien, de la ceguera que produce el exceso de luz; del desconocimiento que genera el sobregiro de información (big data); de la uniformidad por efecto de ausencia de la distinción crítica en los individuos, el pensamiento y las cosas; de la digital positivización del mundo (porque solo induce al “Me gusta” o “Like”, en completa ausencia del “No me gusta” o “Don´t like” como diferenciación en las redes sociales) erradicando la creatividad y libertad de la negatividad, que Hegel subrayó como parte fundamental de la vitalidad del espíritu.
Transparencia es equivalente semántico de uniformación totalitaria, achatamiento del pensar, eliminación de la distancia entre sujeto y objeto (cosificación); aceptación sin reflexión de lo establecido; negación de la verdad por exaltación de la información y la evidencia; culto dogmático a la exposición desnuda (pornografía), exhibición sin más de lo consumible y descartable, hasta convertir la sociedad en una tiranía de la visibilidad, lo idéntico y lo unidimensional.
Existir es ser visto, sin llegar al ser percibido de Berkeley. Es exponerse encima de existir; ser expuesto superficial y aceleradamente sin ser mirado, contemplado serena y profundamente.
La sociedad de la transparencia es una sociedad positiva pasivamente, sin negatividad crítica; uniformada, dado que sus acciones dejan de ser actuaciones (con voluntad del individuo), para convertirse en operaciones, cálculos, control, tendencias, datos con los que se alimentan y enajenan los sujetos digitales en la cultura de la exposición desnuda y la mera evidencia.
Lo porno trasciende lo corporal y lo sexual. La sociedad red de Castells (2011) es narcisista. Somos una sociedad expuesta. Vivimos bajo la dictadura de la publicidad y la vitrina globales, dominados por el panóptico transparente de lo digital.
Ser es ser expuesto; o no es. Y esa exposición, eficaz en rendimiento consumista, tiene que ser desnuda. Es decir, pornográfica y no erótica, porque lo erótico es la insinuación, no la evidencia. Somos preadánicos, hiperdespojados, porque nos hemos desvestido hasta de la sensatez.
El aniquilamiento de la racionalidad nos ha conducido a una sociedad, cultura y civilización del espectáculo como sustentan Debord (1967) y Vargas Llosa (2015).
El elogio de la insensatez nos descarrila por el vacío de sentido y el culto al horror vacui: llenamos de sinsentido consumista todo espacio vital en blanco; volvemos simétrico todo lo asimétrico; tapamos con angustia la hendidura de la luz liberadora.
La hipervisibilidad de la mercancía es un espectáculo porno para la satisfacción y la excitación fugaces. No solo la degradación expositiva de lo sexual es porno. También lo es la desculturización, o descivilización en Bauman (2010), de la vida y la sexualidad a que nos somete la depresiva y encuerada sociedad del espectáculo.
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