Los amores platónicos se ven cada vez menos. Son cosas pasadas de moda. No solo el amor a aquella persona con la que se soñaba compartir la vida entera ha pasado a ser parte del anecdotario de tiempos mejores. Le acompaña en ese añejamiento el amor al trabajo.
Vamos rumbo a convertirnos en una sociedad de pedigüeños. Los hay de todo tipo y nivel social. Hay pedigüeños de arrabal, pero también los hay de cuello blanco.
Los de arrabal piden en las esquinas, en los barrios, en cualquier lugar. Estos extienden la mano, a veces fuertes y firmes, en otra simulando dolencias inexistentes.
Los de cuello blanco tienen más porte, pero sus zarpazos son más cuantiosos. Éstos piden contratas, tratos preferenciales, amañar licitaciones, jugosas comisiones.
Un caso y otro coinciden en que quieren dinero sin trabajar.
Hay pedigüeños de la política, que piden sus monedas, el pote y un pica pollo para dar apoyo. Dependiendo del partido, a eso le llaman “logística” o “grasa”. Los “independientes”, los que les tiran a todos, prefieren llamarse “pica pica”.
Los tiempos en que pedir era una vergüenza, en que se prefería pasar hambre antes que extender la mano en espera de una dádiva, han quedado atrás.
La plaga se ha extendido a la diáspora.
Esos dominicanos que tenían como sello ser “gente trabajadora”, prefieren vivir de un nombramiento en la “embajada” o en el “consulado”.
Los que no lo logran, esperan que el “Señor Cónsul” les deje caer una borona de lo que les quita a ellos mismos.
Doblar el lomo, ganarse el pan con el sudor de su frente, ya no es tan popular entre los dominicanos como en el pasado.
De tanto pedir se pierde la entereza.