El tema del color de la piel, sobre todo el negro, se hizo controversial en el siglo pasado, al punto que afroamericanos en los Estado Unidos intentaron ir en busca de sus raíces al África ancestral con tal de encontrar sentido a sus vidas con conflictos de identidad, solo para llevarse la sorpresa de que vano fue su intento. Ya lo había afirmado con mucha agudeza el escritor afroamericano William W.
Chestnutt en su libro “The Wife of His Youth and Other Stories of the Color Line (1898)” (La mujer de sus años mozos y otras historias sobre color de la piel), que el problema del siglo veinte era el color line, es decir, las diferencias étnicas.
El mostrar orgullo por la herencia africana fue una de las características principales del Renacimiento de Harlem justamente en esa misma época. Más tarde, el movimiento indigenista en Haití, fundado por Jacques Roumain, Jean Price-Mars y otros intelectuales haitianos.
En cambio, más tarde en el Caribe inglés, Derek Walcott, el Premio Nobel de Literatura 1992 santaluciano, en su poema “A Far Cry from Africa” (Muy lejos de África), rápido cae en la cuenta de la imposibilidad de reintegrarse a sus raíces ancestrales africanas, por lo que termina viendo la mezcla del componente europeo con el africano en su composición étnica y cultural como algo altamente creativo y positivo; a diferencia de la tesis de V. S.
Naipaul, el también otro Premio Nobel de Literatura 2001 de origen trinitense-hindú, que nos ve como una copia de las culturas europea, indígena y africana.
A su juicio, no somos ninguna de las tres, a lo que le sale al encuentro Kamau Brathwaite, que estima, por el contrario, que hay elementos suficientes en nuestro archipiélago que nos identifican como caribeños.
La expresión de racismo que el doctor Rubén Silié solo aprecia en los dominicanos, no es privativo de este grupo étnico. En los Estados Unidos la novelista afroamericana Toni Morrison afirma en su novela “The Bluest Eye” (1970) (Ojos azules) el trauma que significó para su comunidad el no aceptarse como tal.
Franz Fanon, el siquiatra y teórico de la identidad cultural caribeña de Martinica trata parejo problema en su obra “Piel negra”, máscaras blancas. (1952) Por su naturaleza, la institución de la esclavitud hizo que las personas de color interiorizaran su autodesprecio por la razón de que no se les reconocía estatus de humanidad.
Al no habérseles reconocido en su condición humana, veían, pues, en las personas de piel blanca, el modelo, el canon de belleza de lo que deberían ser como personas. Es el caso de los afroamericanos, los haitianos y el resto de habitantes caribeños, sí, una realidad, que de nuevo, nuestro embajador se empecina en ver solo en el dominicano.