Siria, país medio oriental azotado por una guerra caracterizada por la brutalidad del llamado Estado Islámico, está presentando un éxodo masivo de sus ciudadanos provocados por los horrores de este conflicto bélico.
Haití, nuestro país vecino, tuvo un devastador terremoto que agravó su inviabilidad, causando también un éxodo masivo, motivado por la falta de condiciones de cohesión social, política e infraestructura básica.
Producto del éxodo de sirios hacia el norte, o sea hacia Europa, se presentan cientos de miles de personas que desesperados presionan por ingresar a la Unión Europea (UE), principalmente Alemania e Inglaterra.
Vista la desesperación de esos potenciales refugiados, ya han ingresado a la UE unos 300,000 exiliados, o sea un exiliado por casi cada 1,700 habitantes europeos.
Nuestro país, por sus nobles condiciones humanitarias, ha recibido cerca de un millón de haitianos, o sea 1 por cada 10 habitantes. En el proceso de legalización de esa inmigración ya hemos formalizado más haitianos que ilegales legalizará la UE, quienes anuncian a la fecha solo documentarán unos 70 mil refugiados.
Si Europa recibiera tantos inmigrantes como ha recibido el nuestro en estos años, tendrían que verse recibiendo al menos unos 50 millones de personas. Algo totalmente inconcebible por la xenofobia reinante, el costo fiscal que representaría y los efectos socioeconómicos sobre los países miembros de la UE.
¿Qué diferencia el inmigrante de una guerra al de una catástrofe de la naturaleza? Extraña que en el último número del prestigioso “The Economist” sobre el inventario mundial de refugiados, se omite Haití. ¿Será por ignorancia (lo dudo) o por considerarse que los haitianos no son refugiados?
Lo cierto es que nuestro país con sabiduría y paciencia observa las diferencias entre un exiliado y otro, esperanzados de que tal diferencia no sea por el color de la piel de cada cual.