Síntomas inequívocos

Síntomas inequívocos

Síntomas inequívocos<BR>

 Todo lo que nace, envejece. Los objetos inanimados se ponen viejos día tras día (las pirámides de Egipto, con sus cuatro mil y pico de años), y los seres orgánicos también (como los centenarios elefantes o las tortugas milenarias de las islas Galápagos), por ejemplo. Nada ni nadie puede escapar de la inexorable regla del envejecimiento.

Dado que se trata de algo inevitable, no me explico el porqué de ese afán de quitarse los años que caracteriza a mucha gente. Aunque hay que reconocer que a veces resulta duro tener que aceptar que cada vez nos queda menos tiempo por vivir.

Hay un momento en que uno comienza a darse cuenta de que  ya no es el mismo jovencito de años atrás. Acabo de descubrir, gracias a algunos episodios aparentemente insignificantes vividos en los últimos días, de que para mí ese momento decisivo ha llegado.

La primera señal me llegó hace poco, cuando trataba con dificultad de salir de un automóvil y una jovencita que por allí pasaba se detuvo y cortésmente me preguntó: “¿Le ayudo, señor?”.  Algunos días después me dí cuenta de que, en un grupo de amigos y colegas, yo era el único a quien los demás le llamaban “don” Rafael. Semanas después, un oficial norteamericano de inmigración, cuando examinaba mis documentos para ingresar a Miami, me informó que “a mi edad” no era necesario tomarme las huellas dactilares, y otro oficial, más adelante, me preguntó extrañado, al saber que yo era periodista, si “todavía” trabajaba… a mi avanzada edad… El colmo de todo ocurrió en mi reciente viaje a Taiwán, donde una gentil guía turística no perdió oportunidad de tomarme por el brazo para ayudarme a subir o bajar escalones, o cruzar una calle, actividades que hasta entonces yo me creía capaz de hacer solito…

A todos nos llegará ese momento ineludible. Lo importante es asumirlo con resignación y gallardía, y vivir plenamente  los minutos, días o años que nos tiene reservado el destino.



El Día

Periódico independiente.

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