La sociedad dominicana vive una profunda crisis política e institucional que parece no entender, pero que amenaza con colocarla en una situación de incertidumbre con miras al futuro inmediato.
En la actual coyuntura hemos presenciado de todo: un afán de protagonismo que cada día se convierte en la regla y gente sin ningún potencial de liderazgo se ha montado sobre el “mar revuelto” que dejó el fracaso en las elecciones del pasado 16 de febrero y ahora se erige como salvadora.
Una mirada a experiencias recientes en países de América Latina mostraría con claridad que fenómenos parecidos han conducido al caos, como el caso de Chile, una sociedad que era ejemplo de estabilidad económica, política y social.
Los sectores de mayor incidencia en la República Dominicana deben reflexionar acerca del camino de confrontación que hemos escogido en medio de un agitado proceso electoral.
Hay que aprender de las crisis, convivir con ellas y convertirlas en oportunidades. Cualquier organización o Estado que se desenvuelva permanente en situación de crisis tendrá limitaciones para el desarrollo de sus potencialidades y para avanzar de manera sostenida en el camino del éxito.
Una vez que aparece deben implementarse estrategias y compromisos específicos para encontrar una solución rápida e inmediata.
Indudablemente que la marca país que se denomina República Dominicana está en crisis. Y lo preocupante es que sus principales actores no terminan de reconocerla. Sin el reconocimiento de la misma, no habrá solución.
En las últimas tres décadas, el mundo ha visto crecer el número de agencias especializadas que se dedican a tareas de gestión de crisis, cuya propósito consiste en resolver cualquier eventualidad inesperada con potencial para convertirse en una amenaza que impacte negativamente en la imagen de los Estados, gobiernos y organizaciones públicas y privadas.
En vista de que casi siempre las crisis suelen sorprender, lo más importante radica en emprender acciones, con el objetivo de minimizar los daños potenciales y ayudar a recuperar el control de la situación, donde la honestidad y la congruencia sean valores fundamentales en la emisión de los mensajes.
Hay que tomar en cuenta que cualquier que tipo de crisis que se manifieste, independientemente de su magnitud, puede afectar seriamente el funcionamiento de una nación u organización. Afortunadamente, con el uso de las nuevas tecnologías se ha facilitado la búsqueda de soluciones adecuadas a esos problemas.
Particularmente, las redes sociales se han sumado a esta actividad como detectores de focos rojos, ya que, gracias al constante intercambio de mensajes, tanto a favor como en contra de un tema u organización; se pueden auscultar aquellas situaciones que ponen en peligro las imágenes institucionales.
Experiencias de numerosas instituciones han demostrado que una buena gestión de crisis es aquella que contempla todas las fases del plan que se diseñe en ese sentido, y que, en este caso, debe involucrar al Gobierno, a la Junta Central Electoral (JCE), a los partidos reconocidos y a entidades de la sociedad civil.
Estos actores deben reconocer que estamos ante una crisis política e institucional que amerita un esfuerzo colectivo para solucionarla de la manera más de adecuada, con la finalidad de no perjudicarnos más en momentos crece el impacto económico del coronavirus.