Sin prejuicios la vida sabe mejor

Sin prejuicios la vida sabe mejor

Sin prejuicios la vida sabe mejor

Ana Blanco

Una de las cosas que menos me gusta de eso de madurar y crecer es que vamos perdiendo cierta pureza e ingenuidad de pensamientos y de sentimientos. Ver cómo los niños miran el mundo de esa manera tan natural, tan abierta es algo que siempre me ha fascinado.

Según vas creciendo, aprendiendo y encontrándote con situaciones y personas más allá de tu círculo de protección, es que vas asimilando que hay que ser prudente, analizar situaciones e incluso muchas veces desconfiar.

Y no es que en esencia esto sea malo, todo lo contrario, es que al ir asumiéndolo vamos creando prejuicios y perdiendo lo anterior… esa parte de niños que todos deberíamos mantener para que el mundo sea bastante mejor de lo que es.

¿A qué me refiero? A mirar a nuestro alrededor con deseos de aprender, de entender, de dar la oportunidad a que nos lleguen personas, informaciones y situaciones sin tener prejuicios.

¡Cuánto daño hacen los prejuicios hoy en día! Salimos a la calle casi con la predisposición de que es una jungla en la que entramos y debemos desconfiar de todo y de todos.

Eso nos mantiene siempre en una cierta tensión y en ver lo que nos rodea como una amenaza en vez de como una oportunidad.

Y no crean que es que hablo de ir por la vida en una nube de algodón, no, es tener la mente abierta y dispuesta a que lo que nos rodea sea bueno, positivo y no siempre veamos el lado malo de las cosas y de las personas.

¿Existe? Claro que sí, el problema es que estamos dejando que ese lado malo gane la batalla en vez de ser al revés, que eso sea la excepción y no la regla. Volvamos a ser niños otra vez.