Alejandro Magno, hijo del rey Filipo II, y educado por Aristóteles, filósofo extraordinario de la antigua Grecia, ha pasado a la inmortalidad por su genio como estratega militar, la inteligencia en el manejo del poder y sus habilidades diplomáticas que le llevaron a convertirse en el más grande de los humanos de su tiempo.
Diógenes, oriundo del territorio que es hoy Turquía, filósofo reconocido, fue el fundador de la escuela filosófica cínica, cuyos fundamentos se extendieron en esa parte del mundo, logrando muchos seguidores.
Alejandro, rey de Macedonia, acumuló exorbitante poder tras conquistar Grecia, el Imperio Persa, Egipto e India. Esto le hizo feliz al alcanzar el control sobre el imperio más grande de la antigüedad, es decir, durante el siglo IV a. C.
Diógenes, en cambio, consideraba que la civilización y su forma de vida era un mal en sí mismo y buscaba alcanzar la felicidad deshaciéndose de todo lo superfluo.
Alejando, a pesar de que apenas vivió 33 años, se ensalzaba en el poder con la conquista de nuevos territorios, y cada vez que tenía la oportunidad, disfrutaba de los banquetes palaciegos. Apreciaba la belleza y el buen gusto de las cosas.
Diógenes se entregó a una vida de rigurosa austeridad. Vivía en un tonel, comía junto a los perros y caminaba descalzo provisto solamente de una capa y de una linterna. Esta última, para él, simbolizaba la inexistencia de hombres honestos.
Estos personajes, se cree, murieron el mismo año, aunque con edades diferentes, Alejandro (356-323 a. C. Diógenes (402-323 a. C.).
Existe una leyenda, respaldada por un histórico retrato del siglo XVII, de un encuentro que ambos habrían sostenido. La obra representa el diálogo entre Alejandro Magno y el filósofo Diógenes. El célebre cínico está sentado en su tonel, rodeado de filósofos y soldados, mientras que el soberano avanza hacia él con pasos firmes.
Según el relato, estando Diógenes en Corinto, dormía en una tinaja. Al llegar Alejandro a la ciudad con su ejército, toda la población fue a recibirlo, excepto el filósofo, que se mantuvo indiferente a la pompa del emperador. Entonces el propio monarca, que conocía la fama del filósofo, buscó a Diógenes y le dijo: “Quería demostrarte mi admiración. Pídeme lo que tú quieras, puedo darte cualquier cosa que desees”, ante lo que Diógenes respondió: “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande felicidad”.
Esta lección dada por Diógenes frente al monarca más poderoso de su época debe servir para aquellos que, en el mundo actual, consideran que el poder político lo puede todo, que permanecerá sæcula sæculorum.
En el teatro de la política dominicana se vive una lucha descarnada por el poder, que da la sensación de que lo que cuenta es únicamente cuál colectivo controlará el Estado más allá del próximo 16 de agosto. No importa nada, se abren profundas heridas, se ha perdido el respeto y los insultos forman parte de la cotidianidad.
Refleja una lucha para determinar quién va directo al infierno y quién se conducirá al paraíso, sin que medie el purgatorio de la “Divina Comedia”, de Dante.
El cantante puertorriqueño Héctor Lavoe dijo que “nada dura para siempre”, y eso incluye al poder político, que en democracia puede alternarse de un período a otro.
Aunque la Ley del Talión no existe en República Dominicana, algunos políticos desearían aplicarla en el futuro. La felicidad, no necesariamente, se encuentra en el uso excesivo del poder.