Los sicarios, o criminales por paga, han llegado a nuestro país.
Hasta hace poco la palabra sicario entre nosotros solamente tenía un lejano significado de leyenda, denotaba algo que estaba muy distante de ser una realidad en nuestra apacible media isla.
Pero de repente el sicariato se ha establecido en el país y ya todo el mundo acepta su presencia en la sociedad como algo muy natural.
Como el desarrollo del sicariato y el narcotráfico han llegado juntos y son delitos emparentados, la gente tiende a creer que donde aparece un sicario hay un caso de narcotráfico. Mas la realidad es otra.
Se contrata un sicario para cualquier cosa. Para que le quite la vida a alguien, por ejemplo, por cuestiones de faldas, o por deudas, o por temor de que se revele un secreto, o por ambiciones.
En fin, por cualquier quítame esta paja.
Tan criminal y desaprensivo es el sicario, que ejecuta materialmente el macabro encargo, como el que lo ordena y paga por la ejecución.
En la República Dominicana tenemos la particularidad de que los sicarios, cuando son muertos, atrapados o identificados, resultan ser agentes o ex agentes policiales o militares. Ahí están los registros para confirmar esta aseveración.
O sea, que quienes deben cuidarnos y protegernos es a quienes debemos temerles. La iglesia en manos de Lutero.
Por eso cobra cada vez más fuerza la corriente de opinión que aboga por una reestructuración radical de nuestros cuerpos castrenses y policiales. No sé si me alcanzará la vida para ver ese sueño realizado, pero estoy seguro de que así ocurrirá algún día.