*Por Héctor Romero
La sexualidad en la sociedad dominicana es un tema que está revestido de tres elementos que no permiten el sano disfrute de ella: la ignorancia, la distorsión y lo pecaminoso. Estos tres elementos van a estar presentes e interactúan con frecuencia entre sí, en las diferentes etapas de la construcción de la percepción que como individuos y como sociedad tenemos de la sexualidad, incluyendo cuando se es envejeciente.
La ignorancia es el tema más transversal, fruto de que, como individuos, no tenemos espacios sociales en los cuales aprender sobre sexualidad y sexo. En ningún espacio formal, hablamos o discutimos, de manera libre y abierta lo que implica la sexualidad y sus diversas dimensiones basándonos en la ciencia. En los espacios de socialización como la escuela o la familia, esos son temas que solo tocan la dimensión reproductiva de la convivencia sexual y de manera limitada.
Estos niveles de ignorancia que envuelve lo relativo al tema de la sexualidad es lo que da lugar a distorsiones, como las vendidas por el mundo pornográfico, que reduce la sexualidad a la genitalización y al acto coital.
Otra de las distorsiones que caracterizan la sexualidad en nuestra sociedad, la encontramos en los propios argumentos de los sectores que se oponen a una educación sexual, quienes alegan que este aprendizaje sería mandar a los jóvenes a tener sexo genital desenfrenado, como si todo proceso de aprendizaje llevara una obligación práctica inmediata. Esta posición sesgada y reduccionista, deja a la sexualidad fuera del conjunto de actividades y funciones sociales que son enseñadas y aprendidas, quedando este aspecto central del ser humano en un oscurantismo terrible.
Esta falta de conocimiento, hace que cuando se llega a la vejez no comprendamos, por ejemplo, los cambios fisiológicos que van ocurriendo en nuestro cuerpo y que impactan la repuesta sexual, como es en el caso de las mujeres, con menor lubricación, reacciones más lentas al deseo, pérdida de elasticidad vaginal y una menor frecuencia e intensidad de las contracciones orgásmicas, etc. En el caso de los hombres, aumento del tiempo de estimulación para conseguir la erección, menor necesidad física de eyacular, disminución de la firmeza en la erección y duración más breve del orgasmo.
En otro orden, el peso pecaminoso que tiene la sexualidad, heredado del judeocristianismo, no permite que veamos de manera natural y normal las diversas formas de vivencia sexual con nuestro propio cuerpo o en pareja, pero sobre todo la de nuestros seres consanguíneos más cercanos y queridos. Somos capaces de visualizar a nuestros seres queridos en cualquiera de las dimensiones que conforman su ser, menos en la dimensión sexual.
La confluencia de estos tres elementos a lo largo de la vida va a provocar la aparición de una actitud individual y colectiva de edadismo frente a la sexualidad en la tercera edad, llenando de mitos y prejuicios esta área de la vida de los mayores, asumiéndolos como seres asexuados e incapaces de tener actividad sexual.
Dentro de los mitos y falsas creencias que afectan una vida sexual activa en la vejez encontramos que: la sexualidad se debilita con la menopausia y desaparece en la tercera edad. La “mujer normal” alcanza el orgasmo solamente con el coito. Las personas mayores son tan frágiles físicamente que el sexo podría dañar su salud. Los ancianos que se interesan por la sexualidad son perversos e inmaduros. Las personas mayores no tienen intereses sexuales.
Frente a estos mitos, falsas creencias, distorsiones y actitud pecaminosa, fruto de la ignorancia individual y colectiva, se hace necesario un compromiso social para el aprendizaje sexual. La construcción de espacios donde podamos hablar, discutir y aprender sobre erotismo, vinculación afectiva, reproductividad y sexo, dimensiones de la sexualidad que permiten comprender que la edad no elimina la necesidad, el deseo, ni la capacidad de tener relaciones sexuales satisfactorias.
*El autor es trabajador social / gerontólogo clínico, social y sexólogo.
hectorromero781@gmail.com