Ser madre: mi mejor versión

Ser madre: mi mejor versión

Ser madre: mi mejor versión

En una conversación de sobremesa con mi colega Alberto Labadía sobre los hijos, me preguntó cuál era la etapa de madre que más disfrutaba.

Sin titubear le contesté: “la que estoy viviendo ahora”, respuesta que lo tomó por sorpresa.

El asombro que mostró tal vez se debió a que, minutos atrás, le comentaba que mi hijo mayor Oliver estudiaba fuera del país; Gabriel salía de la adolescencia y era universitario también, y Francis estaba por entrar en la pubertad y ya no era tan apegado a su madre como cuando era más pequeño.

Esto daba como resultado jóvenes independientes deseosos de saborear las mieles de “ser grandes”, el sueño de todo niño. Entendí su desconcierto porque la mayoría de los padres nos resistimos a entender que los hijos construirán sus propios barcos, levarán anclas y navegarán según sus vientos. Ley de vida y que bien que es así.

Soy de las que creo que todas las etapas de la vida tienen su encanto, que no se debe perder el tiempo en lamentaciones ni tristes añoranzas.

Le afirmé a Alberto que vivía mi mejor etapa con mis hijos, primeramente, porque con ellos todas son buenas y las he disfrutado de manera indiscriminada y, a pesar de mis limitaciones de tiempo, aprendimos a aprovechar cada segundo juntos, aun a regañadientes de ellos mismos.

Segundo, viendo el lado amable del asunto, ya no tengo que estar corriendo detrás de ellos y, aunque reza el dicho “hijo grande, problema grande”, creo que hice un buen trabajo de guía y orientadora.

No son perfectos, tienen fallas y se tropezarán muchas veces, pero igual número estaré para ellos con el resabido sermón. Definitivamente, los miro y confirmo que mi mejor versión es la de madre, y verlos “ser” es la mayor satisfacción.



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