Iba apresurado por las calles de Madrid. Me detuve en una de sus librerías emblemáticas; un hábito difícil de eludir. Entre otros volúmenes de novedades editoriales tomé entre mis manos el libro “Ensayo de una despedida. Poesía completa” (Tusquets, Barcelona, 2020) del discreto, pero inmenso poeta español Francisco Brines.
El volumen comprende su poesía publicada de 1960 a 1997. De regreso a mi hotel, vencida la tarde, empiezo a leer, una vez más, su poesía colmada de un intimismo único. Al mirar el telediario de la noche en la habitación, me entero de que había fallecido ese mismo día el singular poeta valenciano, a los 89 años de edad, en un hospital de Gandía, luego de haber sido intervenido quirúrgicamente a causa de una hernia. Murió el jueves 20 de mayo, apenas ocho días después de haber recibido el Premio Miguel de Cervantes de manos de los reyes Felipe VI y Letizia, aunque no en el tradicional y lucido acto de cada año, debido a la vigencia de la pandemia de la Covid-19.
Momentos antes de fallecer, el poeta y académico de la RAE pidió a quienes le acompañaban, sobre todo, familiares y amigos cercanos, que le dieran papel y lápiz. Se despidió de la vida con estas palabras escritas: “Os amo”. Y fue, en efecto, el amor su sentimiento más puro, ese que le encumbró a la ebriedad del hedonismo, sin poner ninguna brida a su confesional tono homosexual, como también fue el amor a la vida, a la naturaleza, al mundo el que marcó el matiz elegíaco que caracterizará su escritura poética.
Si tuviese que expresar en solo tres palabras, algo casi imposible, el universo poético de Francisco Brines (1932-2021), escogería simple y serenamente estas: cuerpo, mar y tiempo. Dio prioridad, por un lado, a aquella poesía que procura el conocimiento, y por el otro, a la que revive e impulsa la pasión por la vida.
Su lenguaje poético, de corte clásico e hijo de la sentimentalidad estética de los años 50, aunque nunca orillado por la poesía social propia de compañeros como Caballero Bonald o Gil de Biedma, se mantuvo cerca del estilo de creadores como Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o de coetáneos como Claudio Rodríguez, Ángel González y José Ángel Valente; aunque yo lo siento muy inclinado, además, a los estilos, sutiles y a veces preciosistas, de Pedro Salinas y del griego universal Constantino Cavafis, cultores de la mística del cuerpo y la armonía de los sentidos.
En 1999 fue reconocido con el Premio Nacional de las Letras Españolas y en 2010 con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros. De igual modo, con su primer libro publicado “Las brasas” (1960) ganó el prestigioso Premio Adonais de 1959, y con el poemario “Palabras a la oscuridad” (1966) logró el Premio Nacional de la Crítica. Su poesía completa abarca, además, títulos como “Materia narrativa inexacta” (1965), “Aún no” (1971), “Insistencias en Luzbel” (1977), “El otoño de las rosas” (1986), una de sus obras más celebradas por la crítica, “La última costa” (1995) y “Poemas excluidos” (1985-2006), último que el poeta incluyó en la tercera edición de su poesía completa, a instancias de la amistad, recogiendo textos de su trayectoria que responden a diferentes épocas.
Con versos como: “Habrá que cerrar la boca/ y el corazón olvidarlo” inaugura Brines su travesía poética por la existencia, para cerrarla, en tono metafísico, con estos que rezan: “Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco/ en el viaje aquel de todos a la niebla”. Nos legó el secreto entusiasmo de haber sido y haber escrito.