Tenemos las tan deseadas lluvias, no como las quisiéramos, moderadas y espaciadas de cuantas más dos veces cada semana, sino como puede la naturaleza, que entre sus manifestaciones tiene las vaguadas.
Porque de acuerdo con los datos de los funcionarios responsables de los organismos de pronósticos y de emergencias, desde el fin de semana pasado tenemos sobre el país los efectos de uno de estos fenómenos meteorológicos responsables de los temporales, sus daños y sus beneficios.
Y es que si algunos no han caído en la cuenta, la naturaleza es ciega, como en Dos pesos de agua, el conocido cuento de Juan Bosch, en el que vemos a las ánimas alborotadas al enterarse de que una comunidad había reunido esta cantidad de dinero para que se ocuparan de propiciar la lluvia contra la sequía, y lo hicieron, pero según su medida, no según las necesidades humanas.
Si aceptamos la ceguera de la naturaleza podemos empezar a entender la necesidad de ser razonables y previsores.
Los cursos y depósitos de aguas —cañadas, arroyos, ríos, lagunas y lagos— pueden languidecer y estar secos, pero esto no significa que estén muertos, como no lo estaba el pequeño río Blanco, o Soliette, que en un día, 24 de mayo de 2004, causó la muerte de cientos de personas en el municipio de Jimaní al inundar el barrio La 40.
Son daños de un día, como lo fue el temporal del 4 de noviembre del año pasado con una secuela de muertes y daños materiales notables.
Pero también con sus beneficios, que pueden ser constatados en acueductos eficientes, represas llenas de agua, energía eléctrica de bajo costo y canales de riego funcionales, todo esto durante meses o años sin que nos cueste una lágrima o un centavo.
Pero no debemos olvidarnos de ser razonables y evitar la construcción de viviendas, consistentes o precarias, en el camino de las aguas.