Si los buenos deseos y las palabras propiciatorias han de ejercer algún efecto en la voluntad de los miles de vacacionistas que salen desde ayer a las carreteras, y de otros tantos que se quedan en las grandes ciudades por precaución o por necesidad, la de este año está llamada a ser una Semana Santa con muy pocas víctimas.
Visto de esta manera, solo restaría que los montañistas, bañistas, bebedores y comilones, hagan su aporte de sensatez para no ser el lunes una cifra en las estadísticas de las bajas y para que el año que viene, Dios mediante, puedan tener una nueva oportunidad de vivir unas vacaciones de Semana Santa.
Desde luego, siempre son más, muchos más los que regresan sanos, salvos y con muchas anécdotas para contar en las ahora activas redes sociales de la internet, así como a sus amigos y familiares, pero algunas decenas pasan a llenar las listas de lesionados gravemente, o de finados y, francamente, esto no debiera suceder.
La conducta de imitar es la de los recogidos, que cumplen con el llamado de su iglesia, si es que se congregan, y si alguna consecuencia sufren de este corto pero agitado período —que no es más que un fin de semana extralargo— se salda con un empacho, o acaso con una ligera crisis diabética.
Pero en raras ocasiones los partidarios de la moderación son hallados en la lista del lunes de bajas y lesionados, o en la de ausentes de sus obligaciones en el inicio de la semana.
El mundo no termina la semana que viene. ¡Seamos prudentes!