Santo Domingo, la frontera... y Haití... 4

Santo Domingo, la frontera… y Haití… 4

Santo Domingo, la frontera… y Haití… 4

Miguel Febles

Las grandes muertes habían estado ausentes de Haití desde hace más de cien años. El magnicidio anterior al del presidente Jovenel Moïse tuvo lugar en 1915, cuando Jean Vilbrun Guillaume Sam, capturado y entregado a la multitud, fue despedazado en las calles. Estados Unidos se escudó en este hecho e intervino 19 años.

Santo Domingo, en un período equiparable, tuvo seis: el presidente Ramón Cáceres, asesinado el 19 de noviembre de 1911; el general Desiderio Arias, el 20 de junio de 1931 por órdenes del presidente Rafael Leonidas Trujillo; hermanas Patria, María Teresa y Minerva Mirabal, 25 de noviembre de 1960; generalísimo Trujillo, el 30 de mayo de 1961; Manuel Aurelio Tavárez Justo, ejecutado el 21 de diciembre de 1961, y Francisco Alberto Caamaño, también ejecutado, el 4 de febrero de 1973. Hubo una séptima muerte de gran calado, pero esta no puede ser etiquetada magnicidio por haberse producido de propia mano, la del presidente Antonio Guzmán, el 4 de julio de 1982.

A pesar de este alto número de grandes muertes a la sombra de la política o como solución de una coyuntura política, la fluidez de la vida pública dominicana y sus efectos en otros ámbitos, como el de la economía, la cultura, las relaciones internacionales y la integración al mundo actual, ha sido más consistente que en Haití. ¿Por qué? Esta es una de las fronteras entre ambos países difícil de examinar, pero no imposible.

La pérdida sufrida por Estados Unidos con la revolución cubana lo hizo orientar sus intereses políticos hacia Santo Domingo, un poco más alejado, pero de todos modos en su traspatio geopolítico. Los esfuerzos realizados para sacar al general Trujillo del poder produjeron un instrumento efectivo —un bloque social— liderado por su embajada en el país. Esta herramienta nunca ha decaído en su utilidad, gracias a una necesidad del subconsciente colectivo dominicano, de los dos pueblos de la isla el que se siente desamparado por el compañero de viaje que le ha tocado. Haití, en sus abismos existenciales, mira hacia Santo Domingo, por donde entiende que hay soluciones; Santo Domingo, en cambio, mira hacia “tierra firme”, Estados Unidos, en busca del remedio de su inseguridad interior ancestral, y esto ha tenido dos efectos: uno, la imposibilidad de establecer un diálogo histórico con Haití para entre ambos garantizarse la sostenibilidad y el respeto; otro, la instrumentación del trato con Estados Unidos como salida material y siquiátrica.

“La Embajada”, como se le conoce en el país, nunca ha dejado de liderar este bloque social desde 1961. El pueblo dominicano nunca lo ha comprendido a cabalidad porque sus líderes no han visto su utilidad sicosocial. Juan Bosch lo estudió a fondo, pero lo vinculó a su obsesión geopolítica y dejó de ver que era el “Doctor Prozac” del dominicano a lo ancho, alto y largo de su composición social.

Haití, acaso por la incapacidad de Estados Unidos para entender su idiosincrasia, ha carecido de este instrumento.



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