
Por: Ingrid P. Santana Matos.
Una experiencia que reafirmó mi vocación médica.
Hoy quiero compartir con ustedes una anécdota que marcó mi vida y que siempre recordaré como uno de esos momentos en los que confirmé que elegí la carrera correcta: la medicina.
Durante uno de los procesos finales de mi formación, una noche llegó a la emergencia un paciente con una herida severa causada por un machete.
Era un caso crítico: habían pasado unas cuantas horas desde el accidente, el paciente había perdido mucha sangre, y la lesión estaba en una zona delicada ( en la parte anterior del codo), en la fosa antecubital, donde se encuentran vasos sanguíneos de gran importancia.
El equipo médico se preparaba para intervenir: el cirujano, el ortopeda y el anestesiólogo estaban listos. Al paciente se le colocó un vendaje para intentar detener la hemorragia. Mientras tanto, los familiares, llenos de preocupación, esperaban respuestas.
Movida por el deseo de ayudar, me acerqué para entender mejor la situación. Al escuchar los detalles del accidente, decidí subir al área de cirugía a averiguar qué se planeaba hacer.
Fue entonces cuando me entregaron un consentimiento informado: se preparaban para amputar el brazo del paciente. En ese instante, sentí la necesidad de hacer algo más.
Me acerqué nuevamente a los familiares y, con todo el respeto que la situación requería, les propuse que antes de firmar dicho consentimiento agotasen otras opciones. Les recomendé dos hospitales donde podrían intentar salvar el brazo. Les pedí que confiaran, que aún había esperanza.
Hubo un malentendido porque uno de los familiares subió a quirófano y mencionó mi recomendación, lo que pudo interpretarse como un intento de interferir. Con mucha prudencia les expliqué: “Mi única intención es ayudarles a explorar otras posibilidades antes de una decisión tan definitiva.” Gracias a Dios, comprendieron y siguieron el consejo.
El paciente fue trasladado por sus familiares y, por un tiempo, perdí todo contacto. Sin embargo, casi tres años después, su hermano me escribió con un mensaje que me conmovió profundamente:
“Doctora, gracias a usted no amputaron el brazo de mi hermano. Le hicieron una reconstrucción. Mi hermano trabaja mucho con su brazo. Gracias a Dios y usted, hoy lo conserva. ¡Mil gracias!”
Palabras como estas recuerdan por qué elegimos este camino.
Esta experiencia me recuerda cada día que la medicina es un acto de amor, servicio y compromiso. Es por estos momentos que sé que elegí este camino por vocación y con el corazón.
Agradezco a Dios por haberme dado el discernimiento y la capacidad de actuar en ese momento, aún siendo estudiante y, sobre todo, por permitirme seguir sirviendo y aprendiendo en cada paso de esta hermosa profesión.
Me dirijo a usted con el propósito de someter a consideración un artículo titulado “Salvar un brazo, salvar una vida: una historia de vocación y esperanza”, basado en una experiencia personal durante mi formación médica.
El texto comparte un testimonio que refleja el compromiso, la vocación y la importancia de la humanización en el ejercicio de la medicina. Considero que puede aportar un mensaje positivo e inspirador para los lectores, especialmente en estos tiempos en los que el valor del servicio y la empatía resultan fundamentales.
Mi camino hacia la medicina
Parte de mis estudios primarios los realicé en Santo Domingo, en el colegio Génesis. Más adelante, mi familia y yo nos trasladamos a Azua, donde completé tanto la primaria como la secundaria, primero en la Escuela Altagracia Benítez y luego en el Liceo Federico Antonio Geraldo. Para mí ha sido un orgullo cada etapa, pues desde muy joven sentí una profunda pasión por la medicina.
Gracias a Dios y al apoyo incondicional de mi madre, pude avanzar con determinación en cada fase de mi formación. Su acompañamiento me dio la fuerza y la motivación necesarias para seguir adelante y no rendirme.
Impulsada por ese anhelo, ingresé a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) con el propósito de continuar mi formación y responder a lo que siempre he sentido como una verdadera vocación.
Esta vocación se ha visto reafirmada a lo largo del tiempo, pero en especial gracias a una experiencia muy significativa que viví con un paciente. Es a partir de ese momento que nace la inspiración para escribir este artículo…
La autora es doctora en Medicina.