Una dama de El Seibo, senadora por demás, propugna por que se apruebe una ley que declare la corrida de toros en aquella provincia como Patrimonio Cultural del país y que se haga pronto, de manera que esté a tiempo para celebrar con mayor orgullo las fiestas patronales de la región en mayo próximo.
Con el debido respeto para la señora legisladora, no puedo dejar pasar esa noticia sin expresar mi desacuerdo con ella.
El hecho de que en otros países todavía subsiste el mal llamado arte taurino no le quita su esencia de salvajismo y crueldad a la susodicha sangrienta actividad.
La época de los gladiadores romanos se acabó hace tiempo, y las corridas de toros no son menos repudiables, con la diferencia de que el toro tiene menos chance de sobrevivir que el gladiador.
Lo mismo puede decirse de las peleas de gallos. No sé cuántas galleras hay en el país, pero son muchas.
Y tan salvaje es esta costumbre como la de matar toros por diversión o para apostar dinero.
Supuestamente los toros y los gallos son un deporte. ¡Vaya con el deporte a costa del sufrimiento y el abuso de esos pobres animales! Algunos amigos con quienes he conversado sobre el tema me dicen que la lucha libre es también muy ruda y violenta, pero no: la lucha libre es una payasada. Y yo prefiero soportar a un mal payaso antes que a un mal verdugo.
(Con perdón de los payasos)