Últimamente me llegan muchos mensajes por redes sociales de esos súper positivos que cuando los lees dices: “Eso ha sido escrito para mí, es una señal”, y de una vez los guardas para volver a leerlos, aunque nunca lo hagas.
Pero realmente de lo que quiero hablar es de uno de ellos. Decía, no investigué si era cierto, que una enfermera que trabajó mucho tiempo con enfermos terminales escribió un libro sobre lo que estas personas le decían que se arrepentían en sus últimos momentos.
Y lo que me hizo reflexionar mucho de esta historia son esas respuestas porque se convierten en verdaderas lecciones de vida de quienes aún tenemos la dicha de seguir en este mundo.
Una de ellas era dejar de hacer las cosas por agradar, impresionar o complacer a otros, tomar las decisiones y las acciones que uno quiere aunque se equivoque o le critiquen en el camino. Anotado.
Otra era pasar más tiempo con las personas queridas. Uno siempre cree que hay tiempo para eso y prioriza otras cosas u otras metas y cuando vienes a darte cuenta el tiempo ha volado y ya no se pueden recuperar esos momentos y a veces no es la cantidad, sino la calidad.
Cuando estés con aquellas personas que amas, hay que estar presente, no con el celular en una mano y la cabeza en otra. Enfocarte en ese instante, disfrutarlo, darle toda tu atención y entrega a esas personas será lo que realmente pase por tu cabeza cuando quieras pensar en qué es la felicidad.
Aprender cada día algo nuevo, fue otra de las cosas; haberse quedado en una zona de conformidad y pospuesto constantemente aquello que les apetecía aprender, aunque no fuera ni siquiera algo a lo que se fueran a dedicar. Anotado.