Hay que saber renunciar. Con dignidad y elegancia. No siempre renunciar a un objetivo es signo de cobardía o de condición pusilánime.
Por el contrario, la renuncia suele ser la manera de hacer saber a todos la alta calidad moral que llevamos por dentro.
Hay posiciones a las que nos lleva la vida a base de eso que se llama confianza. O sea, que usted debe inspirar confianza a todos aquellos que de una u otra manera pueden sentirse afectados por la forma en que usted actúa. Si alguien duda de su integridad, con razón o sin ella, lo más noble es dejar el campo libre.
No se puede trabajar para alguien que no confía en uno. Ir contra esa regla es pobreza de espíritu.