Luis Abinader ganó las elecciones por una conjugación de factores que van desde el desgaste del PLD en el Poder y su división, el repudio a la corrupción, desconexión de muchos funcionarios con la población el anhelo de cambio de rumbo en la conducción de la cosa pública que se encarnó en Luis Abinader.
A eso hay que sumarle que Abinader no se detuvo en ningún momento en su campaña, tras el resultado electoral adverso de 2016, cuando resultó reelecto Danilo Medina. También contribuyó contar con un Partido Revolucionario Moderno unido, con un liderazgo compacto y una sociedad civil que se sumó a la consigna del “Cambio”.
El resto de la campaña consistía en no cometer errores políticos, recabar apoyo económico suficiente para solventar los gastos electorales, mantener una presencia propositiva en la población a través de los medios de comunicación de masas y mostrarse como verdadera opción de poder.
Los malos consejos
El propio Abinader tuvo claro en asumir agendas radicales y manejarse en términos personales como una figura cercana. Eso le dio resultado.
En el inicio de su mandato empieza a perfilarse como un presidente comunicativo y asequible, con lo que fortalece la imagen de transparencia que quiere impregnar a su gobierno.
Pero de repente aparecen unos que se atribuyen un irreal protagonismo en la victoria electoral de Abinader, que empiezan a susurrar malos consejos.
Por ejemplo, han planteado centralizar en el Palacio Nacional las “autorizaciones” para las participaciones en medios de comunicación de los funcionarios, concentrar la publicidad estatal con la intención de crear una especie de cartel y hasta crear su “versión mix” del repudiado bocinazgo.
Por fortuna la primera reacción en el Palacio fue descartar ese absurdo. Ojo con aspirantes a ser una versión disfrazada de Joao Santana.