Saber digital y educación humanística

La revolución tecnológica, imposible sin revoluciones precedentes como la del capitalismo industrial, la del pensamiento humanístico tradicional y la de los estilos de vida, se ha ocupado de facilitarnos la cotidianidad y de producir avances impensables en las ciencias naturales, el pensamiento complejo y la invención de artefactos, al tiempo que ha creado disciplinas nuevas como la biogenética y la cibernética.
Además, los cambios experimentados en la vida por el medio digital han dado lugar a un nuevo campo del saber. Se trata del ámbito de las humanidades digitales, que conjugan el interés por la tecnología con el interés por el ser humano.
La educación clásica, planteé a Jochy Herrera, al relacionar los saberes digitales con la pedagogía convencional, perseguía formar a los individuos.
Formar es una tarea del espíritu, con un balance del cuerpo, y no solo asunto de la mente.
La educación actual persigue informar a los sujetos cibernéticos, de forma tal, que su capacidad racional queda reducida al cálculo y su facultad de memorización se diluye en la codificación y programación de los artefactos digitales.
No concuerdo con rechazar las ventajas que podría ofrecer la tecnología en la educación.
Por el contrario, se trata de entender que la tecnología por sí sola no educa y que deshumaniza.
Es una herramienta, no un fin en sí mismo, no una meta. Entre la educación como sistema y lo que la sociedad necesita para generar riqueza y desarrollo hay un maridaje.
La educación genera sujetos para el sistema, pero también, sujetos contra el sistema.
De sus procesos resultan prolongadores y disruptores de la disciplina que hace de ortopedia social. Tras la propaganda a favor de la tecnología sin más para la educación se ocultan, muchas veces, confusión e interés mercurial.
Que la pedagogía del presente haga un uso adecuado y fructífero de los dispositivos que derivan de la revolución tecnológica, con miras a ampliar y hacer más útil el conocimiento, me parece genial.
Sobre todo, aquel conocimiento que despierte competencias en los jóvenes para resolver problemas concretos de sus comunidades y entornos; para forjar nuevos liderazgos, para tener un ciudadano más solidario frente al otro y más preocupado por la preservación de los recursos naturales y por el respeto y defensa de la institucionalidad y de los valores de la democracia.
El saber digital no es pernicioso en sí mismo. El peligro está en las adicciones tecnológicas y en la enajenación del espíritu y la inteligencia que la pretensión de reducir la formación a la información podría generar.
El exceso de información o hiperconexión sin límites degenera en infoxicación. En la educación, como en la vida, debe existir, sobre todo en los niños y jóvenes, una “dieta tecnológica”, como la denominó el destacado investigador de la conducta Enrique Echeburúa.
Hay que tener claro que más tecnología, entendida esta como dispositivos y programas codificados sin más, no es garantía de una mejor calidad en la educación.
Es absurdo subsumir el conocimiento al artefacto. Es equívoco hacer del dato y de los macrodatos objetos de culto (dataísmo). Lo que hay que hacer es, del artefacto, un instrumento para abrir nuevos conocimientos.
Lo importante es que el saber sea científico y que preserve valores humanísticos. La tecnología, sin el predominio del factor humano en su intencionalidad, resulta un conjunto de chatarras y algoritmos.
Ahí tiene sus raíces lo que Martin Heidegger llamó, en la década del 30 del siglo pasado, peligro de la técnica. O bien, amenaza a la paz social en razón de la carrera por la autonomía inherente al saber tecnológico. La tecnología desprovista de valores humanos es una peligrosa distracción.
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