Bloomberg News.-Dilma Rousseff salió electa en uno de los procesos más reñido desde 1898. Pero la polarización y el antagonismo de la campaña presidencial de 2014 tiene preocupados a los observadores de Brasil.
Al analizar los mensajes partidarios en los medios sociales en vísperas de la votación, el sociólogo Marco Aurelio Ruediger, de la Fundación Getulio Vargas de Rio de Janeiro, encontró un país partido en dos.
En un lado de su gráfico bicolor aparecía una nube roja que representaba a los leales a Rousseff, que tweeteaban principalmente sobre la justicia y el bienestar social.
Frente a ella, surgía un nimbus azul, los mensajes de la oposición sobre la corrupción, la transparencia y la eficiencia del gobierno. Entre las dos nubes había un agujero negro.
“La sociedad está radicalizada y no hablamos entre nosotros”, me dijo Ruediger. “Vamos a necesitar diálogo, no cuatro años de infierno político”.
El infierno político es lo habitual en Brasil, pero no del tipo que genera la guerra ideológica. Brasil es una cultura fluida donde el acomodamiento ingenioso y la rendición estratégica -piensen en el samba y el fútbol- se imponen al choque frontal.
El verdadero desafío es lograr progresos en medio del embrollo.