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La riqueza en pocas manos: el 1% acumula dos tercios del crecimiento global desde 2020

Erika Rodríguez Por Erika Rodríguez
Esta es la nueva era de los superricos.
📷 Esta es la nueva era de los superricos.

Desde el inicio de la pandemia, el 1% más rico del planeta ha concentrado cerca del 66% de toda la nueva riqueza generada, revela un informe de Oxfam que pone en evidencia la creciente desigualdad global.

Este fenómeno no solo amenaza la cohesión social y la democracia, sino que también ha comenzado a inspirar nuevas narrativas en el mundo de la ficción, donde la concentración del poder económico se convierte en un reflejo literario y audiovisual de nuestras tensiones contemporáneas.

La representación de los supermalvados en la ficción contemporánea ha evolucionado, y no es casualidad. Según Antoni Roig, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), “en varias películas y series de ficción recientes nos encontramos con una tendencia al alza: los principales malvados de la función son billonarios o colectivos de billonarios que actúan como simple extensión de sus privilegios”.

 Asegura que a pesar de que esto no es nuevo, como siempre, la ficción nos ayuda a entender los sentimientos y los miedos de los tiempos en que vivimos: la concentración de poder, la explotación de personas, el menosprecio del cambio climático ante el negocio que supone la explotación de los recursos naturales para el consumo o la emergencia de formas de gobierno autoritarias basadas en la plutocracia o la cleptocracia.

Realidad política

Este giro en la ficción encuentra su reflejo en la realidad política actual. Figuras como Donald Trump o Elon Musk ejemplifican este fenómeno. Tal y como apunta Roig en su artículo ‘Solo son negocios’: superricos y supermalvados en la ficción contemporánea, «a diferencia del malvado clásico rico, de una pieza, megalomaníaco, perturbado, que hemos visto en sagas como las de James Bond, aquí nos encontramos con personas aparentemente normales, funcionales, que simplemente se mueven con otros códigos morales, derivados directamente de la acumulación de poder y de dinero, por encima del resto de personas», destaca el profesor de UOC.

Añade que quizás la diferencia principal es que se establece una conexión más directa entre esta depravación moral y el hecho de acumular dinero y poder sin fin.

Además, Roig destaca que, «a veces, esta maldad ocurre de manera cotidiana, incluso inadvertida, fruto de la posición misma de poder sin que se sea consciente», y pone de relieve la fascinación por el mal si se traduce en poder: «La morbosa fascinación que nos provoca ver esta desinhibición que da el dinero, sea a través de la comedia, la ciencia ficción o el thriller, hace que nos importe menos que sean malvados». Asimismo, añade la paradoja del hecho de que «las series de los billonarios malvados, como el resto, nos llegan a través de plataformas controladas por billonarios».

Superricos y supermalvados, entre la pantalla y la política

Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC, destaca que la ficción ha incorporado la preocupación social por la desigualdad agregando:»Los multimillonarios y los ultrarricos se plasman en la ficción reciente como la evolución natural de los villanos de otros géneros», señala. Según Neira, «Squid Game tardó una década en venderse porque parecía demasiado irreal; hoy, esta crítica es perfectamente plausible».

Esta evolución narrativa responde a un creciente interés del público por las historias que denuncian el poder desmesurado. «Ha habido un giro dinámico que hace que sea mucho más aceptable criticar estos perfiles», afirma Neira. «La crisis financiera de 2008 y el aumento de la conciencia sobre las desigualdades sociales han impulsado la creación de contenidos en los que la riqueza extrema y la impunidad se convierten en el eje central de la narración», destaca.

Además, la profesora subraya que «los personajes de ficción a menudo amplifican rasgos reales para hacerlos más reconocibles e impactantes». En este sentido, apunta que «figuras como Elon Musk o Donald Trump ofrecen arquetipos perfectos para construir antagonistas que, pese a su aparente respetabilidad, acaban revelando comportamientos claramente disfuncionales o antisociales».

«Probablemente, personajes como los de Succession o The Boys se inspiran en figuras reales como Musk o Trump, puesto que la ficción busca conectar con los miedos y las preocupaciones latentes de la sociedad actual», añade Neira.

Influencia real

En el ámbito político, Andreu Paneque, profesor de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC, advierte que «la concentración de riqueza y el aumento de la capacidad de influencia directa gracias a los recursos generan un agravio comparativo en relación con el resto de la sociedad«. «Esto afecta a la lógica democrática y, por lo tanto, pone en riesgo la estabilidad», añade. Paneque analiza este fenómeno desde una perspectiva sistémica: «las figuras disruptivas como Trump o Giorgia Meloni responden a un malestar social profundo hacia las élites políticas establecidas, además de la institucionalización de determinadas luchas sociales, como el feminismo o el cambio climático», señala.

Estas reflexiones están apoyadas por datos recientes. Según una encuesta de Oxfam publicada en el marco del Foro de Davos, casi dos tercios de las personas millonarias consideran que la influencia de los superricos en la presidencia de Trump supone una amenaza para la estabilidad mundial. Además, el 70 % considera que los superricos tienen una influencia desproporcionada sobre la opinión pública a través del control de los medios y las redes sociales.

«Cuando los recursos económicos permiten influir de forma directa en el sistema político, se rompe la igualdad de oportunidades democráticas», apunta Paneque. Este análisis conecta con la carta abierta «We Must Draw the Line», firmada por más de 370 millonarios y publicada por Oxfam, que exige medidas urgentes contra la concentración extrema de riqueza.

Paneque también reflexiona sobre la desvinculación histórica de muchos sectores sociales respecto al recuerdo de las amenazas fascistas y dictatoriales. «La falta de memoria histórica sobre los peligros de los estados autoritarios ha facilitado que estas figuras políticas emergentes sean percibidas con menos recelo», señala. El experto añade que «el impacto de las redes sociales, dominadas por intereses económicos privados, ha acelerado la capacidad de estos actores para difundir mensajes populistas y antidemocráticos sin filtros institucionales».

En palabras de Paneque, «nos encontramos ante una batalla cultural que se libra en espacios digitales, a menudo sin las herramientas democráticas tradicionales para garantizar un debate libre, plural y respetuoso».

El papel de figuras disruptivas: el caso de Elon Musk

La figura de Elon Musk ejemplifica esta nueva élite supermalvada. Como apunta un análisis publicado en La Vanguardia, Musk actúa como un «agente del desorden internacional». El hecho de gestionar la red X (antiguo Twitter) le ha permitido propagar discursos de odio y desinformación, manipular sistemas económicos e informativos y normalizar la amoralidad en la cultura popular, lo que afecta directamente a la estabilidad política de varios países.

Como advierte Andreu Paneque, «la atomización de la sociedad y la falta de vínculos en la comunidad social han hecho disminuir la movilización y el poder de las luchas sociales, de modo que se ha creado un escenario propicio para estos nuevos perfiles de liderazgo político». Tal y como resume Elena Neira, «es natural que, a medida que este poder crecer, la ficción también sea cada vez más crítica y valiente».

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Erika Rodríguez

Periodista, ganadora del Premio Nacional de Periodismo Turístico Epifanio Lantigua en la categoría Gastronomía y Turismo.

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