La historiadora Amelia Hintzen nos cuenta lo siguiente sobre el Ingenio Río Haina:
“Para 1950, la política económica nacional no podía separarse de la riqueza de Trujillo. Sin embargo, la industria azucarera permaneció en manos extranjeras. Trujillo incursionó en la producción azucarera creando su propio ingenio. En 1948, compró un ingenio de Puerto Rico e hizo que lo desensamblaran y embarcaran a la República Dominicana. En 1952, abrió el Ingenio Río Haina, cerca de su lugar de nacimiento en San Cristóbal. A medida que Trujillo se asociaba más estrechamente con la producción azucarera, miraba con recelo a la mayor parte de la industria aun controlada por las compañías norteamericanas”.
“Inmediatamente después de la apertura del ingenio de Haina, Trujillo fue capaz de comprar dos de los ingenios más pequeños de las compañías norteamericanas (…). La venta forzada de los ingenios correspondientes a las empresas más poderosas, South Porto Rico Sugar Company y West Indies Sugar Company, que tenían de seis a tres ingenios respectivamente, tomó más tiempo”, cuestión que logró con aumentos de impuestos, de salarios, controlando él mismo el flujo de trabajadores y desatando una campaña de descrédito, como era tradición en su régimen.
“A medida que Trujillo aumentó su autoridad sobre las plantaciones de azúcar, se preocupó por controlar de cerca el reclutamiento de la mano de obra. Mientras Trujillo y los intelectuales antihaitianos hablaban públicamente de la amenaza de la presencia haitiana en la República Dominicana, el gobierno siempre trabajó para garantizar el flujo confiable de la mano de obra hacia los cañaverales”.
“Debido a que Trujillo era un anticomunista de derecha que estaba buscando ganancias para sí mismo, Washington pasó por alto su virtual nacionalización de la industria más rentable del país a expensas de las corporaciones norteamericanas. Trujillo no solo fue capaz de expulsar efectivamente a los negocios norteamericanos, sino que fue recompensado con una cuota preferencial de azúcar. En 1960, Trujillo era dueño de 12 de los 16 ingenios del país. Tres de las plantaciones más pequeñas estaban en manos de la familia Vicini, un aliado importante del régimen, y el último ingenio de propiedad norteamericana en La Romana estaba en negociación de venta cuando Trujillo fue muerto”.
Así es, el Ingenio Río Haina es fruto de los dolores y el sudor del pueblo bajo la tiranía y sus negocios perversos. Después, los ingenios estatales heredados por el CEA fueron convertidos en cuarteles de la corrupción y del abuso laboral durante los regímenes de Balaguer y del PRD, y bajo las políticas neoliberales continuadas por los gobiernos del PLD estas empresas fueron cerradas. Se dilapidaron sus terrenos y recursos. Miles de puestos de trabajo se perdieron y los cañeros lanzados al abandono y el hambre. Los Vicini y Central Romana, por supuesto, continuaron el negocio azucarero, que solo pareció ser “ineficiente” para las empresas públicas. Hace poco también la Tabacalera en Santiago fue rematada.
Los 168 mil metros cuadrados del Ingenio Río Haina y sus edificaciones han navegado en un mar de negocios turbios desde el gobierno de Hipólito Mejía hasta hoy, pues se han querido vender a precio de ‘vaca muerta’ cuando deberían ser recursos para el desarrollo, la prosperidad y el empleo. Haina, además, sufre la frustración de ser un municipio con todos los dotes naturales para liderar el desarrollo urbano e industrial nacional, pero convertida en un puerto contaminado, su población intoxicada, la ciudad caotizada y sus recursos regalados. Río Haina es un ejemplo concreto del país asaltado y descuartizado.