*Por Silem Kirsi Santana
Uno de los aspectos más cruciales para las organizaciones es su reputación. Por ello, en su actividad diaria, se esfuerzan por proteger su imagen, evitando involucrarse en situaciones cuestionables que puedan comprometer su negocio. No obstante, a pesar de los múltiples esfuerzos por salvaguardar la imagen institucional, no se puede garantizar que ciertos factores no incidan negativamente en el desarrollo de sus operaciones, provocando desaciertos internos.
Un factor que tiene un impacto directo en la reputación de una organización es el riesgo de conducta. Este se puede definir como la posibilidad de que las acciones inapropiadas o indeseables de un directivo o empleado afecten significativamente a los clientes o partes interesadas, ocasionando daños o pérdidas considerables. Es importante señalar que estas prácticas no siempre son deliberadas; en muchas ocasiones, pueden ser el resultado de acciones inadvertidas.
El término «riesgo de conducta» suele asociarse al sector financiero; sin embargo, es evidente que cualquier organización, independientemente de su naturaleza, puede enfrentar repercusiones debido a malas prácticas conductuales por parte de sus empleados o directivos. Dado que los empleados son quienes mejor comprenden cómo opera la organización y manejan información sensible sobre la misma y sus clientes, existe la posibilidad de que, en algún momento, un empleado, por diversas razones, incurra en actividades ilegales o ilícitas que afecten a la empresa en su totalidad.
Incluso si las intenciones del colaborador no son obtener algún beneficio de tales acciones incorrectas, el impacto que estas generen en la organización podría desencadenar consecuencias múltiples, obstaculizando su crecimiento y desarrollo en el mercado laboral en el que opera.
Es vital que las organizaciones construyan una cultura sólida centrada en la ética y el cumplimiento de las políticas y procedimientos establecidos. La creación de programas de capacitación eficaces sobre conducta y el establecimiento de sistemas de control y gobernanza es fundamental para fortalecer dicha cultura. En esencia, la gestión del riesgo de conducta requiere un enfoque integral, que incluya evaluaciones de riesgo periódicas y un seguimiento constante del comportamiento de los empleados.
Se prevé que la gestión del riesgo de conducta gane cada vez más relevancia en los próximos años. Esto es evidente, ya que los organismos reguladores están ajustando sus procedimientos y promoviendo buenas prácticas, asegurando que todas las organizaciones se mantengan alineadas con estas normativas.