Mientras el país ha estado en paro forzado por la expectativa del daño de la tormenta Melissa, el Gobierno logró US$1,600 millones con una nueva emisión de bonos soberanos, para “cubrir por completo las necesidades de financiamiento externo correspondientes al ejercicio fiscal del 2025”, según el Ministerio de Hacienda.
Los apologistas oficiales destacan orondamente que hubo una demanda superior a US$5,000 millones, más de tres veces la oferta, signo de fuerte confianza de los inversionistas
en nuestra economía y el manejo prudente y responsable de la política fiscal y monetaria.
El país
es “un emisor confiable y de referencia entre los mercados emergentes” y el riesgo país según J.P. Morgan está en su nivel histórico más bajo, dijo el ministro Magín Díaz. No deseo discutir ni con
trariar esas verdades, pero sí preguntarme en voz alta, ¿cuánto más confiarían los mercados e inversionistas si la creciente deuda externa e interna fuera para inversiones de capital y obras públicas, en vez de gasto corriente y subsidios sociales y para las EDE? Una diferencia básica y radicalmente determinante entre personas o países ricos y pobres es qué motiva su endeudamiento.
Los “re-enganches” difícilmente sacan a familias ni naciones de la pobreza aunque creen la ilusión
de prosperidad. Esta es una de muchas verdades incómodas que inquietan a muchos ciudadanos
que deseamos seguir apostando por el éxito del presidente Abinader