Las encuestas han dejado de ser instrumentos creíbles para medir fenómenos electorales y se han convertido en un simple saco de números a los que ya la población no le presta la mayor importancia.
La relajaron tanto que ya no sirven como instrumento propagandístico, sino que son objeto de burla.
Sólo se les presta algo de atención si vienen amarradas con el sello de un periódico de tradición y credibilidad. Sin embargo, los estrategas de los candidatos presidenciales tienen sus propias encuestas reales que sólo las usan para trabajar. Algunos no la comparten para no deprimir a sus colaboradores ni alejar a los financistas.
A nivel municipal, no mucha gente se dará con la pared porque sí saben su realidad, aunque la falsean cuando hablan al público sin saber que entonces tendrán que callar en mayo.