En la década de 1990, la Organización de las Naciones para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) designó una comisión integradas por 15 expertos procedentes de diversas partes del mundo, encabezados por el francés Jacques Delors, y cuya misión consistía en reflexionar sobre la educación que demandarían los países para el siglo XXI.
Los trabajos se llevaron a cabo entre los años 1993 y 1996, posteriormente recogidos en un informe denominado “La Educación Encierra un Tesoro”.
En el mismo se propusieron orientaciones para que la humanidad avanzara de manera sostenida hacia los ideales de tolerancia y entendimiento mutuo, la democracia, la responsabilidad, la universalidad, la identidad cultural, la búsqueda de la paz, la lucha contra la pobreza, la protección del medio ambiente, la regulación demográfica y la salud.
En ese entonces se incluyeron cuatro pilares para la educación, que hoy siguen siendo válidos.
El primero de eso pilares era aprender a conocer, en el que se observa la necesidad de articular una cultura general amplia con la posibilidad de estudiar a fondo un número reducido de materias; el segundo, aprender a hacer, en el sentido de no limitarse a conseguir el aprendizaje de un oficio, sino, también, a adquirir competencias que sirvieran para afrontar exitosamente situaciones imprevisibles, y que facilitaran el trabajo en equipo; el tercero, aprender a convivir, a comprender mejor al otro, promocionar el mundo como una unidad, el entendimiento mutuo de diálogo pacífico y de armonía; y el cuarto, aprender a ser, que integra los tres anteriores y desvela los tesoros enterrados en cada persona, como por ejemplo la memoria, el raciocinio, la imaginación, las aptitudes físicas, el sentido de la estética, la facilidad para comunicarse con los demás y el carisma natural del dirigente.
Hoy que se inicia en la República Dominicana un costoso e incierto año escolar 2020-2021, valdría la pena repensar nuevamente en el contenido del referido informe, porque se requiere que se profundice en nuestra educación muchas de esas propuestas.
La educación de calidad, ausente en los niveles preuniversitario y superior, con contadas excepciones, debe constituirse en un imperativo nacional, debido a que es la vía para que el pueblo dominicano pueda avanzar consistentemente hacia el desarrollo, generando conciencia social sobre sus objetivos estratégicos, que siempre habrán de estar por encima de los particulares.
Desafortunadamente, no ha sido así en nuestro devenir histórico. Indudablemente que se requiere de un compromiso social para promover la meritocracia educativa, posibilitando el logro de avances sustanciales en la calidad de la educación que impacten a todos los estudiantes, independientemente de su procedencia y condición socioeconómica y cultural, creando las oportunidades a los fines de que desarrollen las capacidades competencias y valores que demanda esta sociedad global.
Conscientes de que no existe la meritocracia educativa en su lar nativo, estudiantes de los que viajan a países europeos y de otras latitudes del mundo, bajo el Programa de Becas Internacionales del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT), prefieren quedarse en suelo extranjero.
En la educación está la garantía de una vida con dignidad, porque facilita un empleo mejor, despierta una tendencia al bienestar, moviliza a las personas al continuo progreso y proporciona las herramientas necesarias para que desarrollen capacidades que, oportunamente, puedan ser aprovechadas en una sociedad basada en el conocimiento.
Las autoridades educativas, los sindicatos de profesores y los demás actores, deben entender que educación representa el camino más expedito para que podamos avanzar como nación: Hay que aprovechar ese tesoro que encierra la educación.