Rendición de cuentas, emotividad de un discurso

Rendición de cuentas, emotividad de un discurso

Rendición de cuentas, emotividad de un discurso

Carlos Salcedo

La rendición de cuentas del presidente es una obligación constitucional. Es un ejercicio que deriva de nuestro sistema democrático: quienes fueron a votar, tanto por Luis Abinader como por otros, o se abstuvieron, constituyen el pueblo elector y frente a ellos el primer mandatario es el más responsable de dar cuenta de sus actos.

No se trata de un ejercicio discursivo para congratularse o de exaltación exagerada de sus realizaciones. Es una indicación de cuanto fue programado y presupuestado y efectivamente implementado. Decirlo no constituye, pues, una proclama reeleccionista de Abinader. Es su deber.

Dentro de las solemnidades de la rendición, las formas en las que debe realizarse no están predeterminadas. Sin embargo, al constituirse en herramienta de evaluación anual del mandato, es entendible la expectativa de emociones en la entrega. Implicarían seguridad y confianza en lo que se está presentando.

No creo que se pretenda que haga un discurso mojigato, apacible, ordenado, sin pasión. El que lo haga con energía y pasión es la expresión de su satisfacción, no la de todos los ciudadanos. Pero, si de su ejercicio gubernamental deriva en la población votante apoyo para un nuevo periodo gubernamental, el pueblo mayoritario está en su derecho de reelegirlo y él constitucionalmente habilitado para presentarse.

Más aún, todos tenemos el derecho y el deber de pedir cuentas al presidente y sus ministros y estos de darnos, no solo la información general sino los detalles de lo ejecutado. Nos toca a nosotros, a través de nuestros representantes en el Congreso, y directamente, por los mecanismos de participación habilitados legal y constitucionalmente, verificar la veracidad de los datos y valorar objetivamente lo presentado como realizado. De ello depende el nivel de satisfacción ciudadana y el apoyo o no a Abinader para un nuevo periodo de gobierno.

Las miradas opositoras del discurso del pasado 27 de febrero deben ser vistas como parte del ejercicio democrático, segregando de ellas lo puramente politiquero de lo que de crítica propositiva pueden contener.

En la medida que sean ciertas y serias las críticas deberán ganar más capital político para las próximas elecciones los partidos de oposición o la población votante se los tendrá que retener como un ejercicio de mendacidad y distorsión que solo procura ganar la causa electoral a cualquier precio, aún a costa de nuestros reales avances y estabilidad.
Prefiero un discurso lleno de brío y arrojo, cargado de una emotividad prudente, capaz de mover al pueblo a seguir firme en procura del desarrollo, que depende de todos.



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