El verano más caliente de la historia se caldea aún más por las rencillas en las redes de transporte.
Las huelgas paralizan aeropuertos franceses, astilleros coreanos, puertos estadounidenses y trenes británicos, complicando la situación de las cadenas de suministro, en estado crítico por la pandemia, la guerra y las continuas cuarentenas.
Por el Covid, los tripulantes de barcos de carga pasaron meses sin poder desembarcar, excediéndose en sus contratos sin gozar de vacaciones.
Aquellos empleados de aerolíneas que conservaron sus empleos, debieron aceptar reducciones salariales que ahora quieren revertir frente a la normalización de los vuelos.
La demanda creciente de buques tanqueros –sin los cuales no llegaría gas natural ni petróleo ahora que los gasoductos se utilizan como arma de guerra– endurece la situación de metalúrgicos y soldadores, usualmente contratados a destajo a cambio de salarios que apenas superan el mínimo pese a tener décadas de experiencia.
“Las cadenas globales de suministro no estaban calibradas para una crisis como la vivida por la pandemia y las empresas la cargaron sobre las espaldas de los trabajadores” dijo a Bloomberg la profesora Kathy Fox-Hodess, de la Universidad de Sheffield. (https://www.bloomberg.com/news/articles/2022-07-24/world-s-key-workers-threaten-to-hit-economy-where-it-will-hurt).
“Hay que respetar la ley y el orden”, reclaman por igual gobernantes y empresarios frente a las huelgas, con lo cual todos concuerdan.
Cumplir la ley para mantener el orden, sin embargo, requiere atender las razones de las rencillas, muchas de las cuales anteceden por varios años la pandemia.
La comunidad internacional acordó hace ya más de dos décadas asegurar trabajos decentes para todos.
¿Quién puede oponerse a la dignidad que significa una remuneración justa a cambio de un trabajo productivo, sin accidentes y con protección social?
Pero resulta que los salarios llevan años sin reflejar la productividad del trabajador.
Según la OIT, el poder de compra de los trabajadores –el salario real– sigue cayendo en todos los países, salvo en los de alto ingreso, donde apenas subió 0.8 % en 2021 después de caer en los años anteriores.
El deterioro de los salarios reales se acelera por una inflación mundial como no se veía desde hace décadas, resultado, precisamente, de los problemas en las cadenas de suministro y agudizada por el cuantioso dinero todavía en circulación emitido para compensar el costo de la pandemia.
El retraso acumulado del ajuste salarial empeora la situación de sectores críticos como los de las cadenas de suministro, donde escasea la mano de obra, endureciendo el trabajo para los que ya tienen empleos.
De ahí las huelgas.
El resultado de las rencillas debiera revertir las injusticias acumuladas, equiparando los salarios al crecimiento de la productividad y al de los precios, así como garantizando trabajos decentes para todos, sean fijos o temporeros.
Algunos dirán que subir salarios cuando hay inflación elevará los precios en espiral, afectando la competitividad. Pero de poco servirá la competitividad salarial si sacrifica la paz social que trae el trabajo decente.
Latinoamérica recibe cada vez más inversión proveniente de países afectados por cuarentenas y disputas laborales. Ojalá y la recuperación de la región corrija el desfase entre salarios reales y productividad laboral. Solo así evitaremos conectarnos a la misma red de rencillas y sus desafortunados resultados.