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Remedios y calmantes

El Día Por El Día

La delincuencia es, sin dudas, una causa de preocupación para todos. Pero los remedios reales para este mal suelen ser puestos de lado por lentos, profundos e incomprendidos.

En su lugar, en cambio, son acogidos paliativos con mucho ruido destinados a matar dos pájaros de un tiro.

El primero, conseguir que las bandas bajen su hiperactividad; el segundo, darle a la población la idea de que la solución es coercitiva y que se está en disposición de usar la fuerza contra el mal.

Algo hay que hacer, sin dudas, para llevarle sosiego a los que han sido víctima de un asalto, de una agresión en su persona o han sido testigos presenciales o virtuales de los desafueros de uno o de varios asaltantes.

Cualquiera que esté en condiciones de reflexionar un poco sobre la elección de algunos jóvenes —y de otros no tan jóvenes— por el delito, llegará con relativa facilidad a comprender que las causas se encuentran en la familia, la escuela, el lugar donde viven, en la incapacidad o la imposibilidad de hacer buenas elecciones, los vicios y los valores puestos junto a los objetivos de vida, si es que alguna vez se los han planteado.

Atacar estas y otras causas de la delincuencia no es una tarea sencilla ni se consigue en una o dos semanas.
Pero junto con los paliativos dirigidos a cambiar la percepción de la gente, de que la delincuencia es excesiva y pone en riesgo sus bienes y sus vidas, deben ser puestas en marcha políticas dirigidas a la raíz del problema.

De no hacerlo, estamos permitiendo el avance en un círculo vicioso del que podemos salir mal parados. Haití está allí, al otro lado de la frontera, y tiene una importante lección que enseñarnos.

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